miércoles, 3 de mayo de 2017

Primer domingo, mes cualquiera.

Ya no quiero ni hacerme comprender.
Ni hacer de buena o de mala,
ni ser la triste chica que está perdida,
acostumbrada a perder.
Dicen que lo más interesante está en los límites,
en la adrenalina del segundo,
ese que estalla valiente
previo al peligro.

Porque ya no tengo miedo.
¿Qué más da lo que piense la gente?
Si por cada minuto que se pierde
está celoso el misterio porque no lo eliges.

Ya no quiero avisos, ni preámbulos, ni traiciones.
Solo pretendo olvidarme de ese “no vuelvas”;
que incapaz de nombrarte retumba en mi cabeza
y me impide ver que el mundo no se acaba.
Uno de caricias, de abrazos,
de alegrías y de llantos.
Ese en el que los hombres mueren y se desgastan
cuando luchan contra su propia suerte.

Porque ya no tengo miedo.
¿Qué más da lo que piense la gente?
Si por cada minuto que se pierde
está rabiosa la vida porque no la sigues.

Date cuenta, mi reina,
que lo correcto está en cada uno,
en cada uno la decisión de entereza
y en la entereza quitarse lo que pesa.
Y antes de marcharme,
antes de reírme del vacío de tu soledad,
te dejaré triste entre las manos
poesía en versos rotos de tu potrillo alado.

Porque ya no tengo miedo.
¿Qué más da lo que piense la gente?
Si por cada minuto que se pierde
está esperando orgulloso el destino.

Mis lobos te estarán siguiendo.
No es una amenaza ni una advertencia,
son los que me van a ayudar a tener paciencia,
a dejar que te marches pero teniéndote en cuenta.
Para que, cuando decidas volver,
te muerdan, desgarren y echen al fondo,
que si a las personas buenas les pasan cosas buenas,

nos pase lo mejor a todos (o lo que te merezcas).