Agárrame del brazo y miénteme al oído, dime que no puedes, que no quieres, que no te hace falta verme más. Miénteme al oído y dime lo que tus ojos sueltan a gritos. Miénteme al oído. Sé que a la cara no puedes.
Vamos a emborracharnos a mentiras a ver si así se escapa alguna de las verdades que necesitamos decirnos. Como el ángel negro que cuida de tu camino pero a la vez te empuja a que salgas.
Vamos a hacer una obra maestra de puzles que no han encajado, a ver si de una vez y probando tu tacto, podemos formar la M de tu Mediterráneo y mi Madrid.
Debería darme un respiro entre tanta vuelta porque voy a acabar cayendo por las grietas de bocas vacías en vez de escalar hacia una que haga que me duela el alma de reírme.
Debería alejarme por un tiempo de liberaciones impuestas y absurdas. Unas que me llevan a noches divertidas y otras a mañanas arrepentidas. Sintiéndome aquello que no soy, inofensiva y callada.
Que hace poco me he tatuado un lobo de los solitarios, de los que son valientes, de los que persiguen lo que quieren (y lo que les destruye) para enfrentarse cara a cara con la realidad. Y eso quiero, un golpe de realidad, pero de los que duelen. No de esa que se dice con boca pequeña porque da vértigo quererse.
Tú déjate de tonterías y agárrame del brazo, miénteme al oído y dime que lo tienes tan claro como yo, que soy la seguridad que llevas tiempo buscando. Miénteme al oído. Que yo tampoco sé cuál es la verdad, ni siquiera la mía, ni mucho menos la tuya.
Marasmo, la suspensión, paralización, inmovilización, en lo moral y en lo físico. Con M de Marasmo.