Me pidió, con las luces apagadas y los ojos abiertos, que le besara. Me exigió que le abriese el corazón a golpe de verdades, como quien hunde las manos en la tierra para notar el frescor de la naturaleza en sus yemas.
Llena. Me sentí llena. Música, acción y emoción. El envés de la contraportada de un álbum de Bosé. Fue discretamente sincero, de nuevo, golpes de verdad que se traducían en igualdad. A él le gustaba lo incierto y yo encantada de conocer el límite.
Vacía de un propósito claro en ese instante, preferí perder un suspiro que las ganas de quedarme con las ganas.
Fue toda una era de casualidad que bailaba con el azar; tan solo un par de puntos en el infinito que comenzaron a brillar como una estrella a punto de explotar.
No importa si hay números, reacciones químicas o letras detrás, porque lo que hay detrás de los actos a veces no se puede ni explicar. ¿Será que vivir con la espera de explicaciones es fracasar? ¿Cuánto tiempo tarda un sentimiento en salir por entre las grietas de una botella de cristal que estalló y la pegué?
Transportar mis actos de conciencia a lo inconsciente y lanzar al vacío la ley de la gravedad puede no ser lo mejor. Es más, puede que sea incluso lo peor. Pero ahora quiero hacerlo todo un poco más fácil, una inyección antiresponsabilidad y antiataduras. Las cuerdas atan y los clavos ardientes, te queman si te agarras muy fuerte a ellos.
Ya no hay más noches en las que pensar ni escribir, solo vivirlas. Menos mierdas y más amor.
Ya no hay más noches en las que pensar ni escribir, solo vivirlas. Menos mierdas y más amor.