Corría, fluía, volaba.
Apuntaba hacia arriba como el viento, atravesando los ritmos fluctuosos que traen los amores de verano.
Miraba perplejo el sonido del latido. Pum, pupum. Pum, pupum. Se repetía constantemente, de forma inalterable, invariable. Si cambiaba, sería para acelerarse o ralentizarse y si paraba, implicaba morir.
Porque los cambios no siempre eran para bien, pero eran y eso entrañaba una importancia tremenda. Quien está preparado para ello, quien sabe que la mayoría del éxito radica en insistir, esperar y atacar un 80%, 19% y 1% respectivamente sería una bala insaciable dispuesta a arrasar con todo.
Probablemente esos porcentajes no se habían ajustado en su interior y era la insultante juventud quien le atacaba en exceso cuando comenzaba una tarea; por ello, representaba un 70% del total la táctica inadecuada. Pero no se cansaría, él resistiría.
Parece que hay mucho incondicionales, qué no haríamos si supiéramos cómo afecta el peso del tiempo, el brotar de las decisiones. Una idea enterrada florecida con fuerza y ganas que acaba siendo un bosque en el que, el día de mañana, uno mira orgulloso por el legado que ha dejado. Eso también es cambio: admitir errores, superarnos cuando el "yo" del pasado fue estúpido y radical.
Admitir que una mujer es capaz de ocupar un puesto sin cuestionarle si es jefa; porque sería absurdo de igual manera cuestionarle si es mujer. Y es que cuando uno tiene claro lo que es no hace falta ni siquiera decirlo. Él lo tenía claro: sus pasos se convertirían en estrellas fotogénicas a las que todo el mundo admiraría y observaría desde abajo.
De nuevo, tampoco hace falta decirlo. Porque los cambios son. La clave es un 80%, 19% y 1%. La clave son las ideas, los ritmos, la fuerza y, especialmente, que el corazón sepa latir.