Es totalmente ilógico. Como la forma en la que uno se
arrastra por el amor de un hijo; como las cenefas de lágrimas que uno dibuja
incluso cuando ya es tarde para todo.
Porque si fuera coherente, no sería verdadero. Si no te
levantases con el pecho ardiendo, no sería auténtico. Porque si duele tanto que
hasta es placentero, puede que haya un atisbo de realidad.
Porque no tiene ningún sentido; y esa es la aseveración más
sincera. No podemos buscar orden en el amor. No se pueden encontrar
justificaciones que expliquen los actos que haces por amor. Ni se puede
expresar a veces cuánto cansa el sentir que mueres por amor.
Porque la base del amor, la primerísima cosa que se ha de
hacer, es respetar. Y antes ni siquiera de plantearnos el amar, debemos:
querernos, cuidarnos y protegernos, a nosotros mismos.
No se debe prometer amor. No. Si amas, prometes respeto,
sinceridad, cariño, flexibilidad, sacar el sol en los días grises y ser el
sonido ambiente cuando la otra persona solo sea capaz de escuchar vacío. Ser
los versos medidos de una historia y crear magia de un bostezo a su lado diciendo
“te quiero”.
Y da igual por dónde empieces, pero debes empezar.
Da igual el pánico que te dé, pero debes atreverte.
Da igual cuánta oscuridad rodee una situación, debes ser quien ponga
luz.
El momento en el que más bajo estás puede que sea el mejor;
no tienes nada que perder, no tienes hacia donde caer. Solo vas hacia arriba.
Solo in crescendo. Y es que si no te
mueves pero tampoco puedes estar parado, quizá deberíamos cambiar hacia
verticalidad y plantearnos qué hacer para que nos salgan alas.
Esas ansias de volar, esa fuerza que tenemos todos dentro,
ese propósito de vida, el no poder dejar de respirar voluntariamente; todo eso
debe ser amor. Porque no es lógico, no; pero si dejas de amar, si dejas de
intentarlo, si permites que te venzan las ganas y desistes, entonces habrás
muerto y nada de lo que hagas después podrá ser digno de llamarse humano. Amar,
ilógicamente humano.
