Gracias por haber sido valiente. Gracias por ser quien tú querías ser y enseñarme quién podía ser yo. Gracias por cada lección, desde aquella en la que me dijiste la palabra "élite" hasta en la que comentaste que tú debías ser conmigo libertad y cariño, que no ibas a controlar mi vida pero sí estar ahí acompañándome.
Se me ha roto el corazón varias veces, y no de amor, y has estado. Y se ha caído el cielo pero tú has hecho sin saberlo que se ampliara porque, aún con las alas rotas, no querías reparármelas sino darme el espacio suficiente para que me curase y echase a volar cuando estuviera preparada.
Has sido la tormenta que te enseña que uno no puede encontrar la paz si no es capaz de enfrentarse a la vida. Uno no puede encontrarse a sí mismo y quedarse parado, porque todo cambia, porque nada es estático. Que la felicidad no es algo que llega, es algo por lo que tienes que pelear y que, el que no la veas no implica que no esté; solo tienes que buscarla buceando o con un Coibas mirando una puesta de sol.
¿Cuántas veces hablo de ti? ¿Cuántas veces pienso en ti? En cómo todo podría mejorar, en como empeoró, en qué hacer, próximos pasos, anteriores fracasos, futuras alegrías, las pérdidas no conocidas. Claro que soy rebelde. Y soy una loca; "las cuerdas atan". Y no voy a hacer caso porque tiro de la cuerda en dirección contraria a lo que me digan muchas veces, queriendo la razón. Pero jamás me olvido del corazón; puede que sea precisamente eso lo que me empuja a llevar la contraria.
Voy a seguir provocando explosiones, voy a hacer que las cosas ardan tanto en lo bueno como en lo malo. Voy a estar hasta las trancas toda la vida porque reboso vida, porque hay que enfrentarse a esta para encontrar paz y una vez encuentres paz puede que todo haya acabado.
Gracias de nuevo.