miércoles, 26 de agosto de 2015

Me estropeaba como el viento a los dientes de león

Me estropeaba. Me estropeaba tanto
como quien se tira al vacío cogiendo carrerilla,
como quien grita al oído,
como quien sopla un diente de león.
Era tan destructivo que pasé mis mayos encerrada
sintiéndome el pajarillo que nunca aprendió a volar,
observando que el nido se queda vacío;
soy la última en marchar.

Eras el hielo de mi cerveza, la baldosa levantada,
el tacón torcido en medio de una noche de gala
en la que las estrellas brillan pidiéndote que las agarres. 
Y yo, impotente ante tanta destrucción,
me limitaba a aceptar con normalidad 
que todo aquello que sube tiende a bajar
y que, trade o temprano, se acaba escalando a la cima.

Pero eso no es verdad. 
Quien no se levanta nunca sube,
quien no sonríe no atrae,
quien no se quiere jamás podrá ser querido,
quien no se valora nunca pondrá precio a su libertad.

El nido está vacío, hoy le he dicho adiós.
Hoy ha sido el día en el que la llave ha encajado
y por fin he cerrado una puerta para abrir una ventana.
Pretendo saltar agarrando las estrellas y perseguir los dientes de león,
construir los mayos sólidos que me abriguen en su dulzura primaveral
y escapar al sonido de esa voz chirriante.

Ahora sí que sí, es difícil escapar de la grandeza del fuego
cuando realmente eres tú quien lleva la chispa que hace que todo arda.
¿Alguien tiene frío?


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