Es curioso cómo nos adueñamos de las cosas a las que nos acostumbramos. Por ejemplo, "mis" persianas. "Mi" casa. "Mi" sofá. Y sin embargo, no nos damos cuenta de lo volátil que es todo porque últimamente no perdemos nada. La fe, por ejemplo. Qué ambiguo decir "mi" fe. ¿Es tuya porque tú la vives y experimentas a "tu" manera o solo porque es tan única que nadie la siente como tú? Tal vez sea simplemente que el lenguaje es más cómodo así. Y todo este monólogo interior surgía en mi cabeza. Estallaba y se apagaba de la misma manera fugaz de los fuegos artificiales. Con todos esos colores materializando ideas en un baile de luces.
De lo poco que resaltaba en mi habitación era el cenicero lleno de una montaña rancia y gris, el rojo de un bote de Pringles que hacía mucho que estaba vacío y unos apuntes encima de la mesa a medio acabar. El escenario descrito así parece bastante desalentador. Pero, a pesar de estas noches de desidia e insomnio, soy bastante limpio, educado y pulcro. Son las malas épocas. A todos nos dan, ¿no? Es cuestión de adaptarse, de fijar los objetivos, de poner el referente en algún lado y sobrevivir al día a día con la ilusión necesaria.
¿Qué me preocupa? Está claro, lo que a todos, lo que a ti. El futuro (mío, esto sí que con un fuerte posesivo porque todo el mundo me quiere hacer entender que solo depende de mí), quedar con mis amigos, saber si se ha solucionado ya esa noticia del telediario, el hambre en el mundo y una larga lista de etcéteras. Miento.
"Háblame, no quiero quedarme dormido, los sueños están bien, pero es mejor estar contigo". Es un fragmento de su canción favorita. Y todo lo que le sigue son cosas que le encantan. Tomar el sol, arena y sal, ginebra y ron, tumbarse al son de una canción como aquella, respirar. Respirar. Respirarla. Notar cómo me respira. Su oxígeno agotándose en mis labios con esos besos infinitos. No le gustaba que fumase, ni que comiera muchas guarradas, ella es más de verduritas. De hacerme pimiento al horno relleno de arroz, cada día con unas proporciones de especias distintas. Y es que su cocina era tan como ella... tan expresiva y desorganizada dentro de una receta que se animaba a conseguir. Y joder, consiguió que me comiese todo lo verde que me colocaba en el plato. Se puso pocas veces conmigo a estudiar porque en realidad nos poníamos demasiado el uno al otro y aquello acababa como todo lo que empezábamos; con intensidad.
Sí, mi extrema debilidad, mi ángel guardián. La batería de fondo que nos pone de pie cuando suena el principio de la melodía perfecta. La sangre helada cuando la veía alejarse y a la vez ardiendo por dentro sin perdonarme errar porque eso me hacía perderla, perderme. Lleno de ausencia, repleto de emoción. Es lo contradictorio: el silencio gritándome al oído, el salto liviano que te pone los pelos de punta. Y en este estado de incertidumbre hacia cualquier movimiento, se pasaban los días aprendiéndonos el uno al otro.
Llegué, justo en el momento de la desgarradora noticia, a pensar en quitarte la vida que me habías arrebatado. Pero aquello era demasiado duro, formabas en mí el reflejo de lo que quería ser: tuyo. Y preferí regalarte aquellos meses fríos, esas fotos que hace tiempo que no me atrevo ni a mirar y así espero olvidarlas. Aunque no puedo, me sé el día que las tomamos, qué llevabas puesto, cuántos abrazos nos dimos y que ninguno era martes y trece como para condenarme a esta tortura. En el fondo de un cajón sigue tu barra de labios, esa de color rojo que te gustaba tanto y que me jurabas que no manchaba hasta que me veía en el espejo y corría hacia ti para comerte a besos y limpiarme de carmín con el roce en tu cuello. También siguen allí tus braguitas, esas de encaje que tantas veces te he arrancado. Creo recordar que encima de eso dejé el pañuelo malva, con tu perfume impregnado para la eternidad. Y de ese cajón deben venir todas mis pesadillas porque se me nubla la mente si lo pienso.

El otro día lo volví a notar. Un suave aroma que me recordó a ti y al girarme, una chica morena me sonrió. Podría haber sido una buena tarde; un paseo, unas cervezas y más que aprovechado tiempo en la cama. ¿Qué digo? Otra más. Como todas las que han ido después de ti. De todas he esperado tus ganas, tus alegrías, que fueran el estallido de luces, fuegos artificiales, las especias de mi arroz, el fondo nuevo de otro cajón. Sin embargo, nada fluye; no se ríen como tú, no me miran como tú, no me respiran como tú. No me quitan el aliento cuando se retuercen de placer y cuando toca la escena bajo el paraguas en el muelle salgo corriendo y desaparezco. Porque no, mi vida, no son tú.
¿Cómo ponerles la delicadeza y la fuerza a la vez de "mi" extrema debilidad? ¿Cómo les coso las alas y les cuelgo el título de ángel? ¿Cómo tener esperanza en el amor? Si te lo llevaste cuando calculaste el rumbo hacia otro lado. No encajo un verano sin estar tumbado bajo el sol, quitándome la arena al llegar al coche y que me vuelvas a llenar de sal, ron, ginebra, besos, tiempo, lluvia, lágrimas y vida.
Recuérdame qué pasó. El momento. Qué hicimos mal. Dame la dirección en la que tiraste mi corazón para recuperarlo. Grábame tu risa para que en estas noches de insomnio alguien se ría de mis ocurrencias. Mándame una foto de tus manos, las quiero volver a acariciar. No quiero estos colores oscuros en mi habitación, no quiero noches pensando en la fe si no tengo a mi diosa para rezarle.
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