Quedan horas para que te acabes y lo
cierto es que no me he atrevido a escribirte antes porque me has dado la vuelta
a la vida, 2017. Empezaste muy mal, rompiéndonos en pedazos a todos antes de
que hubiera pasado ni siquiera un mes de tu llegada. Me resquebrajaste el alma,
con punzones que al clavarse te dicen que eres frágil y que es importante
decirse “te quiero” aunque solo sea en gestos y no tener rencor por nada. Se
han olvidado a qué huele la luna.
Fuimos pasando hojas en blanco, intentando escribir en un
febrero frío lo que ni siquiera habíamos sido capaces de leer. Trajiste alegría
pomposa, me recordabas poco a poco que la amargura estaba siempre, pero solo de
base. Eran días cáusticos, de esos en los que no tienes ganas ni si quiera de
llegar a cualquier otra parte.
En marzo me decías que volviera a sonreír, me llevaste a
Valencia, esa ciudad que me tiene tan enamorada con sus luces, sus fiestas y su
gente. Sudé con un par de asignaturas que veía venir oscuras. En abril, parece
que aburrido de que el sol fuera a salir, me lanzaste un poco contra el suelo,
recordándome, que no hay porqué entender las cosas para que sucedan. Hubo
muchas noches buenas bailando, playa con calor insólito para las fechas con la
suiza de nuevo, un San Cemento con compañía inesperada y, finalmente, un golpe
duro.
Hay cosas que tenemos que pasar, pero con un par de veces es
suficiente para saber que hay capítulos que es mejor cerrar. Intentaste
vaciarme por dentro, de nuevo, ¿cómo no iba a odiarte? ¿Cómo iba a levantarme?
Lo mejor que pude hacer entonces fue decirte que no nos veríamos jamás.
Sin saber cuál era el siguiente paso, llorándole al cristal del
AVE y sin la oportunidad de explicarme, volví al cielo lluvioso de Madrid. Todo
eso, con la abrumadora suerte de tener al jefe a mi lado y a gente que me llevó
a Segovia a comer como si no hubiera mañana, a Toledo por el valle, a reírme
sin que me diera cuenta.
Domingos en familia que se hacían menos malos. Helado de cookies.
Excursión entonces a Montanejos con los de siempre y contenta de ver que
llamaba a la puerta de mi mejor amigo una chica espectacular. Mucho vino en la
montaña, estrellas bajo las que dormimos y verdades como templos que nos unieron
más.
De nuevo, quien importaba ahí. Sin humos. Lo que empezó a ser
decisivo como punto de inflexión fue junio. Solo pretendía arreglar las cosas,
¿o no? Tirar de todo o tirarlo todo. Pero finalmente, pasó sin más
expectativas. Tras un par de mentiras cazadas de mala forma y muy poco tacto,
algo de anfetas y de alcohol. Pisar el norte por primera vez de verdad, en el
punto álgido de quien no quiere volver la vista atrás. Y eso hice, no poner la
vista atrás y seguir.
Sabía la magia que tienen mis pequeños, pero cuando son ellos
mismos, sin ataduras ni miedos, es increíble lo que pueden hacer mis dos
hermanos. “Hay que perdonar” me dijo el tete debajo del castillo de Disney,
sabiendo de una forma que no me explico, que lo necesitaba.
Hasta julio, que decidió ponerse fuerte, trabajar un poco los
fármacos y despedirse desde un fin de semana increíble con, de nuevo, los de
siempre. A veces, alejarse te acerca también. Y eso pasó, me alejé y me
encontré. Adiós. Sino, que se lo pregunten a mi agosto. Ibiza, las olas, el
mar, el sol y la sal, viéndonos de nuevo solos pero más acompañados que nunca,
con el espíritu hinchado de futuro incierto.
Colombia, ya lo sabes, me hacías más falta de la que yo a ti. No
eran tus colores intensos, la gente que ha llegado y que no se va, el contraste
de todo, la lujuria de las noches en Cartagena de Indias, el olor de la fruta
que solo está en la otra punta del mundo. Colombia, tú me elevaste.
Llegaste septiembre, ese mes en el que todos estamos más morenos
y tenemos tantas cosas que contar. Con la canción de la casa azul (su revolución sexual), un mes en el que
subí el ritmo de todo y se fueron las dudas sobre si mi casa sería un templo o
una tumba. Albacete fue la tumba, pero encerrarse en esa feria 24 horas con
personas como ellos no podía salir bien, por supuesto. No hay feria sin beso,
dijimos. Así fue.
Las fiestas de Villa, que siempre traen confusiones y tierra en
los zapatos, se volvieron generosas y cargadas de nuevas experiencias.
Miradores, un monólogo, Barry Seal, luna llena en octubre, jamón y queso,
Zombie Bar, Biocultura, bolera, un palet que decoré con el patacón y las
coordenadas de Cala Saona…pero antes de todo eso, sigamos con octubre.
Stand by me es la canción que debería sonar para
describirte, octubre. Quizá porque no sabemos rimas poco groseras con
“Logroño”, porque hay personas con las que te dices todo con la mirada aunque
discutas por un número 56-57, porque la apatía nunca fue tan divertida si es al
lado de la persona con la que comes chocolate en un parque. Porque la oscuridad
que tiene la señorita Del Ramo, me ha iluminado todo el año. En tres días nos
hicimos muchos kilómetros se pelea gastronómica, paisajes con fotos que no
acababan de cuajar y dolor en el abdomen de reírme. Fue interesante volver a la
tierra roja sin que latiese allí el vino que tanto me gusta, pero es uno de los
muchos cambios que teníamos que experimentar para crecer.
Noviembre… ¿qué has hecho conmigo? Ni me he enterado de que has
pasado tan rápido y es que cuando uno está a gusto realmente no se para a
dosificar el tiempo. Pasé por Sotillo al principio con el calor de las brasas y
semanas después estaba el sol del sur calentándome cerca de una noria a pie del
mar. Debo decir que, de nuevo, alejarse te aleja también. La H fue muda con la
liga de la justicia, cosas mías supongo. Sin embargo y aunque no todo saliese como
quería, está bien ser valiente y decir lo que uno siente, por aquello de no
quedarse con las ganas.
Y, como a todo el mundo le llega su San Martín, no se olvidó el
Karma de una persona excepcionalmente importante. Fuera como fuese, noviembre
acabó de recordarme la importancia de trabajar como el que más y he tenido la
suerte de que me han puesto en el frente al mejor ejemplo de ello. Hubo
proyectos de cortos que grabaremos en breves, de verdad.
Diciembre, tan mío. Celebraciones, amigos, familia, exámenes. Tú
no sueles traer tantas sorpresas como este año, pero la verdad es que tocaba
poner un broche bonito. “Lo bueno de quererte es que no tengo que entenderte”
nos dijo un libro en “La realidad” con dos cervezas bien frías. Hay que dejar
hueco para los Kämpfer que siguen para adelante con todo aunque la vida les
intente derrumbar, en Alemania, Madrid o en el subsuelo, porque son de ellos de
quienes aprendo que querer de verdad es lo que merece la pena. Muchos
matches y ni tú eres esa rubia ni yo aquel moreno.
En conclusión, se podría decir que quiero que te vayas ya 2017,
muchos altibajos, muchas cosas malas pero también personas, como siempre que
han sabido subir el listón. Hemos viajado, planeado, llorado y reído. Hemos
explotado la capacidad de responder rápido, de saber respetar silencios, de
llevar al límite al cuerpo y de calmar lo de dentro. Tinta en la piel que te
lleva a volar y a que me acompañen siempre mis lobos.
Hoy pienso que si la tendencia sigue ascendente, parece que 2018
va a ser muy buen año. Tengo que decir, que cada segundo tuyo ha
merecido la pena 2017. Muévete pa'lante, arrástrame contigo.