A veces el truco es tan sencillo
como saber decirte “déjate llevar, deja que pase el tiempo”.
No tengas tanta prisa, que los
segundoS corren a la misma velocidad siempre y tú te metes en una carrera cuya
única concursante eres tú; tan ridícula en una competición que jamás se puede
ganar.
Como cuando brotan solas las
palabras y te falta papel para plasmarlas o lanzas a las llamas el lapicero que
te hizo marcar con sangre las notas de un sobre “de las preocupaciones” sin
fondo.
No es cuestión de frustración,
esto trata de liberación. Saber decirse a las mañanas que será un día mejor y
reconfortarse en la cama porque la lección fue tan brusca que hasta el miedo se
acojona.
Dejar que la vida fluya y te
traiga mareas de cabezas que al pensar te enriquecen, dejar de buscar en esquinas
virtuales gente con conexiones que se miden con un número.
Y es que la inspiración, sea
por el examen o por este estado de acción, me hace crecer como las amapolas a
las que juré no temer. Esas cuya droga me cautiva pero no por los opiodes sino
por los colores que aún no he visto más que en cuadros holandeses.
No es lo que necesito, porque
no existe nada en mí que anhele otra vida, otra suerte, otra esperanza. Soy lo
que soy con mi futuro por delante. Disfrutando de las sonrisas, de las aceras
que pisas, del sol que cada día cae y por la noche ilumina valles con los que
te mueres por conocer.
¿No te has enterado? ¿Es que
sigues sin entenderlo? Tú, como entidad química, como rasgo inherente de la
felicidad o recíproco este sentimiento, eres única. Eres la orquestación de
carbono que sabe que los enlaces covalentes también se rompen y destruye la
estabilidad de los grandes 8.
Tú, sin creer en el destino ni
saber lo que vendrá, decidida por corazonadas o decisiones muy pensadas, tú.
Que no te sabes guiar por las estrellas pero sí por las mareas, que mirabas la
luna desde pequeña cautivada por su brillo y no ha pasado de moda esa
admiración tan natural. Tú. Sabes decirte “déjate llevar, deja que pase el
tiempo”.
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