martes, 10 de abril de 2018

Una biblia sin mentiras, ropa interior de magia


Metió un pie en el agujero del tanga. A continuación hizo lo mismo con el otro. Los gestos eran tan delicados que la seda bordada en la costura de aquella ropa interior parecía áspera. Flotaba mientras se lo subía, a penas empujado por la fuerza de la gravedad invertida. No hubo tiempo perdido mientras se vestía, pero parecía que este se ralentizaba; te hacía mirar con filtros violetas la vida, la atracción de las cosas imposibles.
No la querrías conocer, te atrapaban las alas que le salían en la espalda cuando defendía las causas justas. Eran alas de color ocre, con las puntas blancas y la base negra. Especializadas en gestos de supervivencia, reiteradas en suicidios que nunca sucedían.
Sus caderas abrían paso a unas curvas que no soportabas sin agarrarte a algo, a su sexo o a su ombligo. Su pelo rociaba en espiral el surco de su columna. Siempre dado la vuelta, despeinado, sin origen ni final al que dedicar un susurro de alivio cuando te rozaba. Simplemente, lo hacía: acariciando tus traumas y olvidando que la noche sí tiene principio y fin.
Los pechos tersos, iguales, montañas de versos, valles de lágrimas. Habían experimentado la lucha a la que toda mujer es sometida. Frágiles, fuentes de vida, cascadas de deseo para muchos y cada vez más para muchas. El frío seco les hacía erguirse como quien sube la bandera en tono desafiante. Ahí estaban esos senos y no se marcharían hasta que, marchitados, cayeran en el olvido de un cuerpo más; algo perfecto que se pierde en el olvido.
Perecedero sería el recuerdo de esa hermosa criatura, a veces tan pantera, otras tan diablo. El signo del sufrimiento intentó quedar tatuado en su piel, pero ella llevaba por consigna tres palabras de ilusión, la maleta vacía y un par de esquemas que quería romper con las personas adecuadas. Plata en el interior, estaño que no reluce. Ni tan bella ni tan completa, lo que uno ve por fuera no era más relevante que lo que dentro se esconde.
Las mentes ligeras, las cabezas abiertas, las ideas claras. Perder el control y retomarlo con el tiempo, con las manos más secas y el espíritu más nutrido. Así debía ser, nada de bellezas que quedan impunes con el paso del cuento, solo moralejas que te hacen cambiar en tu paso por el universo.
Andar con extraños, saber que se iría con cualquier a un rincón antes del fin del mundo, para evitar ser consciente de que el mundo también se acaba. No es negar el infinito, solo buscar lo que para cada uno puede significar el paraíso propio. Un Adán sin su Eva, un león sin melena, una Biblia sin mentiras.


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