viernes, 28 de diciembre de 2018

Inocente inocencia


A veces me pasa, que veo con una sonrisa al cuello, el cambio de colores del paisaje madrileño hasta que torna a dorado y añil; la sequedad del monte, la humedad del mar. Tenía ganas de venir, sentir, compartir, eludir, sonreír, predecir, esculpir.

Venir a fundirme con el árbol de la plaza, sentir la ausencia de frío (sin llamarlo calor), compartir mi casa con todo el que lo quiera, eludir la responsabilidad de la bata unos día, predecir cuánto tiempo tardarán mis amigos en bromear sobre mis ojos y esculpir en plastilina aquello con lo que quieran jugar los peques.

Tenía ganas de librarme de las cadenas de pensamientos negativos que entraña diciembre y que, sin ser demasiados, han profundizado en mi ombligo. Mirar y no reconocer, ir a escribir y que los espacios no funcionen, mezclando emociones y encadenando palabras que al final son disgustos arraigados.

Basta.                   Espacio.                Pausa.

Un ejercicio mental de aceptación de las ideas, de las situaciones, de las patologías de la vida y, exactamente, de la vida. Como la farsa de alguien que se cree su mentira y distorsiona las siluetas de las amigas “sinceridad” y “templanza”, desvaneciéndose y presentando un desajuste interno.

A veces… a veces solo necesito el mar. Y reírme. Gente que nos haga reírnos en silencio porque perdura más que el sonido que se lleva el viento. Comodidad estirada como el sabor del mejor chicle del mundo. Y es que, algo tan sencillo como un chicle a mí me hace feliz. Darte la mano y notar tu piel es un alivio. Escuchar qué piensas de la fuga de Alcatraz me intriga. Que me cuentes qué o a quién te llevarías a una playa desierta. Que me digas que quieres verme y hagas porque eso se cumpla.

A veces es eso, la sencillez de un chicle y todo lo que antecede.
Basta.                   Espacio.                Pausa. 
Ahora nos vamos entendiendo. No es que tenga que pasar algo, es sencillamente que las ideas toca ordenarlas como ese cajón de las medias; no sabes si algunas están ya para tirar, si perdieron sentido porque les falta una mitad, si se agujerearon y no valen para el propósito inicial pero sí para otro, si el color no coincide pero te da igual. Ya no lo sé, cada idea dispar que tiene que volver a su sitio. Por eso reír, por eso eludir, por eso sentir. Alejarse y no mirar el ombligo propio.


Inocente inocencia la de aquellos que anhelan recuerdos que se están borrando y más aún de los ilusos que creen que siempre se borrarán. Inocentes los que no saben porqué se sienten mal pero tienen la espada en la mano preparados para atacar. Inocentes…los que sin miedo rechazan ayuda pero se ahogan en su propio mar de hipocresía inaudita. Yo no soy inocente, más bien bastante culpable en la declaración a gritos que aquí acontece: he abierto un cajón de medias desordenadas que serán medidas bien tomadas al final del día séptimo. Voy a estar prendada de todos mis aciertos, pero sobretodo, de todos mis males.

Inocente inocencia.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Niebla


Tras un largo camino de lluvia de aguacero llegó la niebla a enero.
Demasiado tarde en la noche. Demasiado pronto en la mañana. Los faros del coche iluminaban las partículas suspendidas en aquel aire frío.
Un frío que te espabila va cuando salías a observarlo. Un olor que recorría lo más íntimo de tu espina dorsal. Sinonimia de sinestesias: gusto, olfato, tacto; todo en uno.
Arañazos en el alma con densidad impropia del dolor que uno no deja asomar. Niebla.
Y a pesar de correr tanto que me tragué hasta el aliento, no pude escapar porque era tan solo eso; niebla en mi interior con forma de lobo que va detrás de mí.