A lo que más miedo le he tenido ultimamente es al momento en el que me vuelva tú. No por los surcos de la edad, por los que estaré agradecida. Son las marcas en tu alma lo que me preocupan. Esas heridas profundas que hace tiempo te hicieron morir y que han continuado sangrando. Nos salpicaron la vida y la tiñeron de un escarlata que apavoriza.
Esa forma de entender el veneno como algo que te protege. A eso le tengo miedo. Porque creo que si expulsas algo de dentro, has tenido que generarlo: una toxicidad de pensamientos y comportamientos que han sacado lo peor de ti. Lo podrido que llevas dentro.
Me paraliza pensar que le querré causar tanto dolor a alguien. Gratuito. O por el precio a pagar que siempre saldrá caro. Dicen que quien no paga, cobra. También que lo que hoy no sabes pagando, mañana lo sabrás gratis. Han pasado tantas lunas desde aquella noche que parece un sueño y no un recuerdo.
Le tengo miedo a querer como tú. Quizá nunca pude entender qué sentías al abrazarme. Al mirarme. Ni si fuiste capaz de compartirme, ni de querer procurar mi libertad. En tu cara leía contradicciones constantes, e intenté rezar por desmigajar tanto significado. El egoísmo se casó con cobardía y me dijeron que era afortunada, que yo era la que fallaba. Al tiempo, me di cuenta de que no sentía rabia, pero que volaba. Que me sentía parte del aire, que no me podía morir de pena ni cortar las alas.
¿Cómo el humo de tu cigarro impregnaba de cenizas mi cabeza? Veía esas ojeras y me gritaban que yo tenía la culpa. No estaban tan claros los valores ni pude elegir entre varias opciones. Ahora agradezco que tantos cortes no fueran en vano, pero pasé demasiados veranos en urgencias. Quería poner a bailar a todo un cementerio y tú intentado ahogarme en un alma llenita de quistes.
Y no le tengo miedo a este miedo a ser tú. Puede que piensa que me mantiene a raya, como aquel que no prueba las drogas por el temor a la adicción. Tiempo al tiempo, en mis ojos nada se esconde. He aprendido a bailar con demonios que no revelan su cara desde el principio. Su tacto no me desuella, no raja ningún resquicio de mi piel. A punto de saltar y sonriendo.
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