domingo, 27 de enero de 2013

Sé que es larga,pero a los amantes de los excesos les gustará


            La luz era demasiado intensa como para poder abrir del todo los ojos. Al parpadear para interrumpir ese escozor provocado por la falta de sueño comprobé que conservaba la lentilla del ojo derecho. Seguidamente las primeras imágenes que se fundieron en mi mente fueron unas cuantas copas medio vacías del champagne francés más caro, y alguna de ellas rotas en el suelo. Sin embargo no recordaba lo que había pasado aquella noche, sólo que debía de haber sido un descontrol y aquello que los que vivimos rodeados de lujo llamamos “diversión”. Si, porque, ¿qué es la diversión? Yo antes pensaba igual que mis amigos (término que también es confundible en mi mundo) tomarse unas cuantas pastillas, ya que nos lo podíamos permitir, ponernos ciegos a alcohol, drogas y excesos para despertarnos entre gafas de sol enormes y flashes cegadores ante paparazzi y un mundo lleno de glamour inalcanzable para la mayoría de las personas, eso era diversión. Si, más términos relativos de los que está hecha mi vida.
Señores, me llamo Bernadette y soy hija del famoso empresario Gian Claudio Tolokonskaya, sí, nombre italiano y apellido ruso, yo francesa (vivo en París) y mi madre, bueno, de mi madre no se nada de momento, ah sí, ya recuerdo, que era diseñadora de joyas o algo así, aún papá conserva en el ala oeste de “Zebra Village” un despacho con proyectos y material, nunca lo visitamos.
            Antes derrochaba el dinero, alquilaba salas de fiesta privadas para mí y la gente más exclusiva de toda Francia. Compraba perfumes considerados obras de arte, ya que estaban compuestos de láminas de oro. Ropa, joyas, coches, cristales de Swaroski, lámparas adecuadas a los inmensos salones cuyas paredes estaban forradas con cuadros. Todo era lujo, exclusividad y dinero. A todo se resumía aquel mundo de vicio. Me envolvía entre mis abrigos de Channel como si fueran trajes ignífugos que me separaban del mundo real, que me tapaban mis ojos azul intenso y no me dejaban ver la avaricia con la que me comía el mundo. Hablando de comidas, la nacionalidad no era un problema, tenía a suficientes cocineros y camareros como para asistir un restaurante con capacidad de 500 personas.
            Me movía entre las casas más prestigiosas de moda y diseño. Era bien recibida, y es posible que aún lo siga siendo. El único impedimento sería la falta de capital y de eso no me falta. Puedo gastar y derrochar como y lo que quiera, ya que en esta tubería aún hay corriente, y cada vez entra más fuerte.
            Aquello que me hace rechazar todo en lo que me movía era yo misma. Hace 4 meses leí en una revista una esquela de un señor que agradecía a los médicos del  hospital en el que murió el haber pasado tan buenos momentos con ellos en sus últimas horas de vida, por ello les mencionó en el testamento y donó todo su dinero a aquel lugar que tanta paz le proporcionó. También se publicó un artículo que hablaba sobre la felicidad y los modos de conseguirlo. En ese momento, el periódico se me voló de las manos, mejor dicho de los guantes, y no acabé de leerlo. Desde ese instante me quedé pensando en la vida. Sí, todo de  lo que estaba rodeada perdió valor en aquel instante, o por el contrario, me dí cuenta del que tenía y no me gustó. Quiero hacer algo con mi vida, no seguir entre mentiras y farsas. No seguir engañándome. No sé hacer nada a pesar de que tengo todos los medios ¿así que de qué me sirven todas estas mentiras?



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