Recuerdo que me dolía. Contemplarla
me dolía.
Recuerdo que me abstraía. Observarla me abstraía.
Como si de un episodio
sangriento se tratase, su melena pelirroja caía en el asiento, como un río de
fuego interminable en el que perderse. Más abajo, sus mejillas sonrojadas
inspiraban ternura y compasión. Sus labios. Me volvían locos sus labios. Cuando
pensaba en ella aparecían, sensuales, diciendo algo que no alcanzaba a
comprender. Casi hipnóticos. Mi único objetivo en esta vida mortal era
besarlos.
Sin embargo, a pesar de
toda la locura que en mí desataban esas golosinas que custodiaban su boca, lo
que más me gustaba de ella eran, indudablemente, sus ojos. Como dos entradas al
cielo. Como las puertas traseras al paraíso, un lugar en el que deambular como
un errante en los pensamientos más oscuros. El color verde intenso recordaba a
las selvas amazónicas; producía la misma sensación que tienes cuando imaginas
el calor en el desierto: sabes que las temperaturas con altas, pero no alcanzas
a entender cuanto hasta que no has estado allí. Hasta que no te fijases bien,
no podrías entender el fuerte pigmento verdusco que desprendían, como la luz al
pasar a través de las esmeraldas más puras.
Llevaba varios días pensando
en ese ángel desalado de tez perfecta que se había cruzado en mi camino. Y me
engañaba; en mi camino no se había puesto nada, y mucho menos algo tan
maravilloso como ese derroche de esplendor. Me la cruzaba por los pasillos y en
alguna clase. Siempre llegaba tarde, interrumpiendo al profesor 5 minutos tras
haber dado la clase por empezada. Entraba con sofoco, casi volando, con la
caída de ojos más inocente que el universo haya creado. Ella realmente era
polvo de estrellas. Y, en ese corte repentino en la que todo el mundo se fijaba
en el vuelo de la falda estampada, el catedrático la observaba de arriba abajo,
contemplando cada curva que el ceñido vestido exponía a la vista de lujuriosos
como él. En efecto, eso era lo que la salvaba en más de una ocasión: la forma
tan peculiar en que su imagen se transformaba del gato más inofensivo a la pantera
más feroz y apasionada.
Cuando, nuestras miradas
se cruzaban, por mera casualidad, comenzaba a sudar. El aliento se me helaba. El
vello se me erizaba. Un escalofrío me recorría la espina dorsal. Un nudo
apretaba mi garganta. Por un instante, mi corazón se paraba, moría. A veces
incluso era tan real esa sensación que al recuperarme, los pálpitos impactaban
tan fuertes en la caja torácica que retumbaban. Me llegaba a avergonzar de ello
e intentaba, a toda costa, tranquilizarme, por el único motivo de que una parte
de mí creía profusamente que se podía escuchar a mi corazón saliendo a flote
después de una estacada tan dura como era el contacto visual con ella.
Pasa el tiempo y me digo
a mí mismo que no me puedo permitir hacerme tanto daño. Mi parte egoísta ha de
crecer y apoderarse de esa inmensa parte de mí que queda atrapada tras oler su
perfume. Una batalla interna tiene que tener lugar para que mi cabeza quede
libre de ella, eliminarla como un extoxicómano eliminó en su cuerpo cada gota
tóxica de la droga más fuerte. El problema, es que yo no decido cuando meterme.
Es ella, que aparece con su gracia juvenil, con su sonrisa de anuncio y nariguilla respingona que embarga mi ser de tal forma que me olvido de comer, de
dormir, de soñar.
Amar es la mayor locura a no ser que se ame con locura. Y tal
vez esté loco. Tal vez solo sea un delirio producido por un introvertido romántico
que anhela estrechar el amor. Tal vez sea que sueño despierto pensando que
pronto sonará una alarma que haga que esta pesadilla acabe y me despierte a su
lado. O tal vez no. Tal vez nunca ha existido tal perfección y esta atracción
fatal me lleve de verdad al suicidio interior.
Lo único seguro es que me duele.
Contemplarla me duele.

Te dejo una continuación:
ResponderEliminarY si siempre ha estado ahí, ese ángel de fuego. Y si solo tienes que buscar, excavar en la tierra húmeda cual perro buscando su hueso. Y si ella te esta esperando para darte las alas y salir volando de este mundo para llegar al cielo, transpasar la Galaxia y mil fronteras más hasta llegar a la estrella prometida donde soñarían hasta que el cosmos vuelva a dar un giro inesperado para cambiar así el modo de vida de nuestro alrededor.
Y si esta vida fuera un sueño por haberla encontrado a ella y nunca despertariamos hasta que esa misma tierra, en donde el perro de antes ga encontrado su hueso, nos sepultase diciendo adiós a este letargo mortal.
Nada es imposible en esta vida si sueñas tu propia realidad.
DARLING