domingo, 9 de febrero de 2014

Quizá eso no era amor

Quizá eso no era amor. Quizá solo era la necesidad de sentir algo distinto. El deseo de ir detrás de alguien que se diese la vuelta y te diese un beso de esos que flotan en el ambiente durante unos segundos. El impulso que se siente cuando te cogen de la mano y tiran de ti para ir a bailar, como si cayeses de repente por un precipicio de notas musicales y giros infinitos. La manera de mirar a la otra persona mientras duerme entre tus sábanas, respirando el perfume más natural que existe. Las carcajadas profundas que inundan el alma de felicidad y del analgésico más potente que hay: su sonrisa. La viva imagen de que se puede tocar el cielo teniendo los pies en la tierra, como si estuvieras en la tercera nube a la derecha de tus sueños. El sabor dulce de las noches de verano eternas, esculpiendo con un hermoso cincel blanco todo el amor del universo en nuestra memoria. El fuego que hace que prenda tu llama y que tengas energía como para mover el mundo y no necesitar tan siquiera un punto de apoyo y una palanca, porque esa persona es tu punto de apoyo.
El tacto aterciopelado con tan solo pensarle. Detener el tiempo, congelando una imagen y poder romperla en muchos pedazos sin que importe; porque lo que importa no es esa imagen ni que se quede durante mucho tiempo en tu cabeza, sino lo que sientes cerca suyo ya sea en el lugar más maravilloso de este mundo o en el vacío más absoluto. Imaginaros en todos los escenarios posibles haciendo realidad vuestros sueños y corriendo con vuestros futuros y de momento inexistentes hijos, eligiendo los muebles de vuestra casa, decidiendo hasta el olor de las cortinas. Cantando a pleno pulmón que os queréis y diciéndoselo a desconocidos por la calle, sabiendo que eso no lo consolidará más pero importándoos bien poco lo que la gente piense. 

¿Qué digo? Claro que era amor, tintado de locura, rociado de esperanza y mágico hasta decir basta


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