lunes, 15 de septiembre de 2014

La poesía en prosa de un buen vino

Eres tú el que me busca, el que me inspira,
el que me hace compañía y susurra 
que me quede con lo bueno de la vida. 
Eres tú, compañero, amigo, cómplice del destino,
un verdadero sigilo entre tanta oscuridad 
que acechaba con tornarse en dilatada soledad. 

El pequeño consejero que se esconde entre mi pelo, 
que teje redes de besos y proclama 
que el trecho de inciertos no es más largo que el de aciertos. 

El sudor de un escalofrío,
el aroma de un viejo buen vino,
el dorado de la canela,
el crujido de la llana arena.

La lágrima que cae por mi sonrisa 
cuando en cada noche nos acostamos sin prisa, 
pensando en que no existe el pasado ni el futuro, 
que el presente no es tan duro, 
que la almohada es el mejor escudo. 

Nuestras miradas las espadas 
que se clavan en el pecho, 
nuestros cuellos todo un camino de excesos
en el que perderse sin saberlo. 

El sudor de un escalofrío,
el aroma de un viejo buen vino,
el dorado de la canela,
el crujido de la llana arena.

El destello que aparece en mi cabeza 
desde que el sol no cesa.
El constante recuerdo de que nada es eterno;
y que gracias a eso he descubierto algo más bello. 

La tinta que baña esa pluma de luchadora
que agarro con fuerza y utilizo a destreza. 
El mecanismo infinito de un complejo proceso 
al que algunos guerreros llaman amor.

Los marrones otoños en verano,
que enfrían y se añoran como agua de mayo. 
El verde de mi jardín que seco y agotado 
se dio cuenta que no pertenecía a ese lado, 
que debía cortar tanta espina
 y brotar de nuevo con renovada energía.

El sudor de un escalofrío,
el aroma de un viejo buen vino,
el dorado de la canela,
el crujido de la llana arena.

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