Cualquier espina de ese lugar hacía que sangraran hasta los cadáveres y levantaba un suave olor tan característico que se definía en cada uno de nosotros. Las flores, carmín, hermosas, hidratadas y robustas recordaban a la juventud más pura y deseada. Todo aquello inducía a pensar que tenías todo por delante y hasta se vislumbraba entre los pétalos una desafiante sonrisa.
¿Qué problema habría en quedarse allí? ¿Qué pega suponía tal desequilibrio para no quedarnos en ese espinoso vergel tan llamativo?

Puede ser el pensamiento de que en la sencillez está el gusto, que no es más rico el que más tiene sino el que sabe darlo todo, absolutamente todo por amor. Que tirarte una tarde leyéndole a la otra persona los lunares en braille es posible cuando te conoces cada rincón de su cuerpo. "Una tarda vora el foc" en una casa de piedra y querer que se detenga el baile que las llamas os muestran en la chimenea; porque en ese momento se podría parar el tiempo y ardería el espacio allí, con vosotros, en abrazos y mordiscos. Con golpes de cacerolas despertaros en medio de la noche, estallando en risas sinceras y nada más.
Pero no es así. Ni las jóvenes rosas ni las risas gastadas. No es así, ni siquiera las llamas quieren esperar; solo arder todo y que vuelva a nacer.
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