Y el frío vuelve a Madrid,
sesgando cualquier atisbo de alegría,
acabando con los paseos de medio día
bajando al Retiro y comiendo helado a besos.
Y no lo entiendo
¿cómo algo tan eterno es a la vez tan frágil?
¿cómo el sudor de cada página
no se derramó desde el reloj de Sol?
Y no se puede contar:
que las bonitas historias de amor
acaban en el cielo, con poca ropa
y algo de baile en el metro.
Golpes de maracas y risas a carcajadas,
una rubia en un brazo y en el otro el pase
para que San Pedro no se niegue
a dejaros pasar la Puerta de Alcalá.
Pero Madrid se ha vuelto frío de nuevo
y no se ve por ninguna parte el mar,
sólo lágrimas en el Manzanares
y nubes grises de alquitrán.
Las torres Kio se enderezan
y revoltosas piensan
que en la Plaza Mayor se han vuelto locos
que ya nadie lanza piropos.
Las piernas de las madrileñas
ya no enredan como telerañas
ni te quitan el aliento,
pues no hay Venus que valga.
Madrid se ha vuelto frío y casi en junio
soy capaz de afirmar
que las fotos nunca fueron mejores;
yo sé la verdad: hay cosas que nunca llegarán a Madrid.
Pero la oscuridad ya no me asusta
vamos a por un gintonic en Gran Vía
y a dejar de buscar culpables.
Te confesaré que me estoy enamorando,
que mañana se me olvida
pero que hoy te cogeré la mano
hasta que Chanquete haya muerto.
Y luego, un poco de dulce cerca de San Vicente
como no puede ser de otra forma.
Que esa calle es mágica y al doblar la esquina
está el fantasma que rezaba por los dos.
"Madrid no es tan frío" me cuentas
desde un parque del Retiro,
que suene Reloj no marques las horas
que quiero comerte a besos desde Benidorm
y se está haciendo tarde para perder el tiempo.