No hablabas, actuabas.
No decías nada, es más, podrías quedarte callada incluso todo el tiempo; pero lo demostrabas todo.
No prometías aquello que no supieras con certeza que ibas a cumplir.
En aquellas cartas que me escribías...aquellas cartas de amor y sufrimiento, de horror en cada letra escrita con coraje...Se me derretía el alma.
Fue como aquel día de madrugada en el que viniste desnuda a mi cama y tímida me enseñaste lo que habías escrito. Ahí, con esa sonrisa pícara que encierra ternura entre las comisuras, me dijiste que te había dado por escribir poesías.
Qué dulce pensando que el cielo se podía dibujar...qué ingenuo yo al no creerte. Desafiaste a todos con esa apuesta por tu libertad, porque tú sabías que no había paredes que te puedan retener; tú eres el viento de la justicia y la prisa de la denuncia social.
Las cosas lejos de ti se turbian, se empañan, se enrancian. Y es que han sido tantas noches de sueños torturados por tu silencio que ahora que te tengo me duele derrumbarme sin tu fuerza. A pesar de que de los dos soy yo quien está fuerte, sin ti no soy más que el miedo materializado.
Me has demostrado que la felicidad antes pasa por la comprensión y el apoyo, porque a tu lado nada de eso me ha faltado. Y no me malinterpretes cuando pongo cara de perro al ver que otros te miran con las mismas ganas que tengo yo de desnudarte, pero es que me diste el regalo de tu voz, de tus caricias en mi espalda, de tu maquillaje en mi toalla y ahora no puedo imaginar que ningún otro aspira a tu mirada.
Sigue adelante pequeña, ilumina el camino de los que se crucen por el tuyo y demuéstrales lo importante que es tener valor para actuar, callar, demostrar y cumplir.
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