sábado, 8 de septiembre de 2018

Brava


Valoré las noches en las que el rocío caía por las flores de tu terraza, la última calada a un cigarro tras decir que jamás probaría otro. Me quedé atónito mirándote; lo hacía una y otra vez: tus piernas morenas cruzadas en un ángulo que no todos los esqueletos podrían imitar, una perfecta armonía entre sencillez y gusto. Dando un poco de esa esencia tan tuya al mundo, regando al universo con picardía propia de quien sabe que gusta, de quien quiere aprender de dónde salen los colores.

Y es que es fácil invadirte, invadirme. Por la falta de tacto que tuve al no saber tratar las curvas de tu inteligencia, las carreteras infinitas de tu extravagancia envolvente. ¿Cómo se puede pretender estar en el centro de tu vida? Si esta es un tornado en constante movimiento que baila al son de tus caprichos.

Llegué a ti atrapado como por el magnetismo de un imán cuya atracción es tan fuerte que cuando lo quieres separa acabas por romper la capa decorativa exterior. Y es que es precisamente eso lo que tú no tienes: no eres un yeso blanco pintado con un mensaje vacío, no tienes escrito el nombre de ninguna ciudad porque el mundo es tu bandera, ni sabes medir la temperatura de tu alrededor pues cuando llegar eres capaz de arrasar y helar a la vez. 

Eres de esos corazones que aguantan viento y marea, sol y salitre, nieve y relámpagos de las circunstancias; pero cuando te hacen un corte superficial a posta, sangras formando un río rojo de tristeza a costa de todos.

Y me gustas: compleja y libre, piernas enredadas, curiosa y con furia. Me gusta que te rebotes por lo que consideras injusticias, por el dolor ajeno aunque no te represente, por el despojo de los que olisquean y te faltan al respeto. Me gusta que sientas tanto. Brava.

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