domingo, 9 de febrero de 2020

Déjame ser tu bóveda

Déjame ser tu luz. 
Déjame ser tu bóveda.
Déjame que te acompañe en la oscuridad 
que reflejan tus cristales rotos.
Tus lágrimas me lo dicen:
no esperan que las entiendan pero te alertan 
de que has decidido dejar de esperar.

A la vez te calman, 
con pequeños susurros; con grandes avances.
Solo espero que no te ardan.
Déjate ser misterio.
Deja que enfríe tu mal genio.
Déjate fallar y permítete inspirar.

Que alguien intentó disparar a las golondrinas de Bécquer, 
antes de que echaran a volar. 
Alguien ya intentó dibujar el camino, 
antes de que tú aprendieras a andar. 
Alguien trató de encauzar el rumbo de un velero bergantín, 
sin que tú supieras que las olas son de plata y azul.

Y cuando caigan esos ríos 
por las esmeraldas de tu cara, 
ten mi mano y espera a que amaine la tormenta. 
Porque llegará el momento en que no te salga nada más. 
Lejos de estar curada;
te habrás aprendido a amar.

Y será imperfecto el cesar; 
como todo lo que escribo sin dar coba a la rima ni al pensar. 
No necesito unos versos medidos: 
prefiero ser el aullido que vaya a tu llamada,
las alas de mi pequeña golondrina cuando quiera volar, 
los pies de un peregrino que no dejará de luchar, 
el timón de un barco que se guía por su libertad. 



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