martes, 11 de febrero de 2020

Semillas de cristal

Escribo con la boca seca, queriendo recordar a qué sabían tus besos. ¿Cómo es posible que hayas sido lo que más me ha hecho sentir en mi vida y, de repente, se haya esfumado ese sabor?
¿Será que, si he sido capaz de olvidarme de eso, no recordaré nada en adelante? Algo que creía tener grabado a fuego se ha evaporado y me ha dejado tan vacía como el desierto.

No puede ser. Resulta que el desierto tiene muchas cosas. La arena que te quema al principio y luego te alivias, sabiendo que eres más fuerte de lo que piensas. También hay cactus con hojas que son agujas y, al verlos, puedes atisbar en ti la habilidad para no perder energía en aquello que no merece la pena. El desierto tiene el sol más ardiente que encontrarás en la Tierra; que te ilumina. Y, cuando estés perdido, podrás seguir las estrellas en el cielo despejado: imposible no guiarte por su brillo.

Puede que yo sea la arena que quema, las hojas que no se dejan hacer daño, el sol con ganas de salir un día más para dar el cien por cien y un cielo sin nubes que no deja indiferente ni en la noche más oscura.

Y es que hoy he visto una foto juntos, con un texto de esos que hacen que se me congele la sangre. Uno en el que me decías que te abriste conmigo como con ninguna. Y podría jugar a no creerte; a engañarme y decir que me estabas poniendo una venda en los ojos. Pero, lejos de eso y aunque me arda el pecho, sé con certeza que nada era fingido.

El tiempo es tan relativo, tan doloroso cuando pasa y cuando no pasa. ¿Qué hay más curativo a la vez? El tiempo es el culpable de se haya borrado la marca que me dejaste; no completamente, no lentamente. O quizá ha sido mi cabeza para protegerme de la naturaleza aduladora de tu voz. Tu tono, tus palabras… Todo es del color de la luz que recibe como dice Kase.O y en parte no debo condecorarte como el único merecedor de que lo nuestro fuera tan intenso. Supongo que tenías un color tan bonito en parte porque yo reflejaba mi felicidad.

Analizándolo desde lejos, todo lo vivido es lo mejor que ha pasado. Quiero dejar de hablar de fortaleza: arena, espinas, sol… para en cambio, tornar a palabras de bondad y paz. He aprendido a quererme mejor, a permitir que el dolor, la tristeza, la ira y la amargura se instauraran dentro de mí y a decirles adiós para dejar a una Lola que ha dejado de estar en guerra consigo misma.

Creo que he escrito mucho más sobre lo buena que me hacías ser que de lo malo que crecía en mí cuando me hacías daño. Y eso no puede ser. Debo recordarme cómo perdía los papeles, cómo sublimaba mi alma por complacer deseos que no eran sanos, laberintos sin salida. ¿Cómo hiciste que me perdiera tanto? ¿Cómo te lo permití? Tirada en medio de Londres y nunca tan encerrada como aquella tarde de febrero.

Cuando desapareciste, no fui capaz de contárselo a nadie. No podía dejar que la lástima de los demás me rozase la piel porque sentía que se me iba a desgarrar. Tuve que coser las trizas que hiciste de mí. Ojalá si lees esto no sientas que te culpo, no eres el monstruo del armario. Pero necesito describir, detallada y tristemente, quién fui antes de poder volver a volar.

Leía el título de mi blog “si volar nos hace libres, yo quiero encadenarme a tus alas” y sólo podía pensar cómo me las habías robado y te habías marchado con ellas, dejándome indefensa y malherida ante la vaticinada tormenta. No he dejado de intentar ponerme en tus zapatos, verlo en segunda persona en vez de en primera. También he intentado dejar salir mi alma de mi cuerpo y verlo en tercera persona, con visión global. Quizá tú fuiste el fuerte que supo tomar la decisión por los dos para que ambos pudiéramos escapar.

Ya han pasado 11 meses; 11 canciones más. Y resulta que, contra todo pronóstico, pude repararme antes de lo previsto y puedo dejar de decir “estoy aquí otro mes de abril tirando” para saber que estoy más fuerte y con más paz que nunca. No se está tan mal, ese gris no fue el final.

Ahora estoy en un Chevrolet blanco, que me lleva por las rectas interminables del desierto y evita que me queme con la arena. Incansable bajo el sol, disfrutando de las estrellas. Eso sí, sigo con la boca seca de un amor tan auténtico y real. Pero sabré esperar, la próxima vez que me enamore será de un ángel de la guarda que no me pida a cambio un pacto con el diablo.

Gracias dolor, por haber sembrado semillas de cristal que están creciendo como robles de diamante.
                                                                                                                                                    

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