Aunque queda mucho que conquistar aquí abajo, tendemos constantemente a desprender castillos en el aire. Que no vuelan. Que no existen. Que se impulsan por energía proveniente de sueños con falta de recursos o por el curso de una corriente de la que no somos dueños.
Ese párrafo tiene buena métrica. Da igual que se me haya olvidado contar, sigo expulsando toxinas de letras. Se me habían cerrado los poros por tanto desviarme del camino y ahora han brotado implacables en forma de soledad; y alegría; y una voz interna que me grita "estoy rota" y otra que le dice que callada está más guapa.
Tengo una lista de cosas por sentir que no deberían ser tóxicas. No. No lo son. Son descabelladas y van montadas en el caos. ¿Leíste "Dolores"? La escribí ayer entre una nube de desgarro. Hoy escribo esto riendo y quiero que sepas que estoy de todo menos tranquila. Si caigo, va a ser de pie. Si vivo, voy a hacer una lectura positiva. Si huyo, no van a poder ver mi sombra.
¿Y qué si me he estado pisando? Hoy me levanto. En un pis pas, como si pudiera subir esa cordillera con mirarla, como si me hubiera secado sin haber empezado la tormenta. Porque se que puedo. Porque estoy oliendo al lobo aullar y oigo como huele la luna llena.
Espíritu intranquilo. Acordeón de pensamientos que no son castillos en el aire.
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