viernes, 6 de enero de 2023

Las olas están rompiendo contra el malecón

Estaban furiosas. Alteradas por fuerzas que son más grandes que nosotros. Un tipo de revolución a la que no somos capaces de llegar con nuestra naturaleza humana. Y es que las olas estaban rompiendo sobre el malecón. Creía que confundidas ya que su agitar descargaba desorganizado y arrogante. 

En mi interior estaba sucediendo algo parecido. Tanto tiempo fuera que al llegar se siente uno como si el tiempo no hubiera pasado pero las reglas sí lo hubieran hecho. Con los párpados pegados al suelo y mi mano al asa de una maleta rota por los kilómetros, me dirigí sin dudarlo al hospital. Para verle tumbado en una cama, tan bondadoso como siempre, pero con un estupor que me encogía el alma. No sé cuántas vidas necesitaría para acostumbrarme al acongoje que me produce la muerte. Aunque haya sido valiente en el pasado y la haya sostenido entre las manos, ella siempre es fría y obscena. 

Avanzando en las siguientes dos semanas como fotografías que puedes ver en tres segundos, veo la risa de mi hermano cuando le doy un abrazo. También la rabia de mi hermana como adolescente naciente al plantarse frente a desafíos que las dos sabemos que no está preparada para afrontar. Veo a mi sobrina, no de sangre pero de alma, dándome una pureza que solo puede brotar de algunas fuentes. Veo a mis amigos, los que se han marchado, los que están pero lejos y los que se quedaron. Como aquellas olas agitadas sin orden y concierto, cada uno emerge hacia una dirección. Ahora estamos todos alrededor de la misma mesa en la que otras veces nos hemos despedido.

Veo Madrid. Mi Madrid. Nuestro Madrid. Veo, desde el aire, una manta de tonalidades verdes y marrones que se confunden rápidamente con el azul del horizonte que estoy pilotando. Veo la nieve e incluso el viento, ayudándome a dejar atrás y bajo mis esquís las conversaciones desagradables que han pegado portazos violentos. Veo, de nuevo, a mi abuelo. Pero esta vez joven y descubriendo, como quizá tal vez lo esté haciendo yo ahora, un futuro incierto y ansioso por triunfar.

Veo un roscón de reyes vacío, sin figuras, a la vez que una serie de amor que me recuerda a lugares que nunca he visitado, pero a los que me muero por ir. Veo propósitos, incertidumbre, humildad y buenos tiempos. Veo la fantasía de recorrer las calles empedradas de Toledo con el abrigo del calor de un vino Aalto. Veo la disposición de una adulta que ha determinado que su tiempo vale más que la potestad sobre ningún objeto. 

Y aunque solo me hayan contado que en el Pacífico las olas estén rompiendo contra el malecón y mi mediterráneo esté en calma, el tiempo ha pasado y las reglas no han cambiado. Sigo aquí, estoy aquí. Seguimos queriéndonos con avaricia y sin arrepentimiento. Quiero querer, sin prisa, en la distancia y a sorbitos que sepan a aventura y paz.

 

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