martes, 30 de abril de 2013

Que tengo frío y no estás.

Que tengo frío, y no estás. Que las lágrimas bajan por mis mejillas a toda prisa, y no me las quitas prometiéndome que todo saldrá bien. Que cuando tengo una alegría, no estás para compartirla. Que me despierto habiendo soñado contigo, y no estás para contártelo. Que huelo tu perfume, y cuando me doy la vuelta no eres tú quien lo lleva. Que escucho tu voz, y son sólo los recuerdos que el viento cruelmente me trae. Que quiero subirme a la azotea más alta, y no estás para cogerme por detrás y hacer como que volamos juntos. Que quiero nadar hasta que mi cuerpo se rinda, y no estás para darme oxígeno. Que necesito un abrazo de esos que cortan la respiración y un susurro al oído muy muy despacito que me escame la piel, y sólo oigo silencios. Que quiero tocar el cielo con la punta de los dedos, y no estás para auparme. Que quiero saborear algodón de azúcar y que de derrita en mi boca, pero mi boca no es nada sin la tuya. Que sólo deseo estar así contigo, y es sólo un espejismo.

lunes, 29 de abril de 2013

Kas, 17.


Ya son 13 años los que nos conocemos. Nos hemos visto crecer desde que éramos unas ñajas y hemos pasado muchas fiestas juntas. Nos hemos reído como no lo hemos hecho con nadie. Discutimos, pero nunca hemos tenido bronca, es de esas clases de discusiones que te llenan como persona y que aprendes algo nuevo. Yo sé que eres menos vergonzosa de lo que crees, más fuerte de lo que ya eres y mucho más preciosa de lo que siempre te he visto. Son 17 años de una chica increíble, lista, con recursos y con ganas de darle mil vueltas al mundo. Quiero compartir contigo muchas más cosas, más conversaciones sobre política y el mundo, más anécdotas, más cursos, más fiestas, Tomorrowland, recoger escarolas en Perpiñà con nuestras manos artríticas de yayas, hogueras, nuestro primer tatuaje, una ruta en moto por EEUU, mandar por culo a muchos falsos príncipes azules juntas, un viaje a Ibiza. Todos los días pienso en la suerte que he tenido de que estuviésemos este curso en la misma clase y lo que me hubiese gustado tener a Alba y a Sara también, pero no importa, porque el tiempo nos ha demostrado que le va a hacer falta muchas más cosas a todo lo malo para separarnos.
Porque sois mis segundas hermanas y te lo digo con el corazón en la mano. Porque somos sexys. Porque el caldo de habas caducao' nos va a durar para mucho. Por todo lo que nos queda por vivir huracán de plata. Te quiero, felices 17.







sábado, 27 de abril de 2013

¿ERES TÚ, AMOR?


¿Dónde estás, Amor? Te perdiste por el camino, y aunque sé que sigues conmigo, ya no te veo. Ya no te siento. Y aunque sé que estás conmigo, ahora es invierno y me encuentro vacía en este lago de insatisfacción personal.

¿Dónde estás, Amor? Que irreconocible y cambiado te veo. Que ya no te siento de la misma manera. ¿Quemas? ¿Dueles? ¿Matas? Ya no lo sé porque en las noches que pasábamos juntos tú eras mi almohada de plumas sin descubrir, mi pañuelo de lágrimas, mis corazones de chuchería que curaban las heridas cuando alguno de los dos reposaba enfermo sobre la cama del otro.

¿Eres tú, Amor, el que amarga mis comidas y turba la vista hacia el futuro? ¿Eres tú, Amor, que te infiltras en mis sueños y haces que se tornen pesadillas? ¿Eres tú, Amor, el que no sale de mi cabeza y hace que el corazón se me dispare sólo con pensarte?
Por supuesto que eres tú, Amor, que me haces morir en vida y vivir muriendo, pero no hubo mayor recompensa en algún tiempo que me revivieras tras muerta por otro amor que se perdió por el camino.

lunes, 22 de abril de 2013

TÚ y tu sonrisa.

Y en ese último momento, en el que sientes una mezcla de desesperación y de caos en tu vida después de haber movido los hilos del destino, topas con alguien que te cambia. A lo mejor no la vida, no seamos exagerados, pero te cambia las noches. Te cambia la expresión monótona de una cara que últimamente está marcada por la tristeza a esa sonrisa ligera que te ilumina el alma. Es en ese momento en el que dejas de lado lo demás y comienzas a centrarte en lo realmente importante, tú. Es mejor no ofuscarse de nuevo, simplemente valórate como te mereces: a ti, a tus ojos, a tu sonrisa, a tus expresiones únicas que sacan a relucir el ángel que llevas dentro. Valora esa capacidad tan tuya para seducir cualquier objeto, por vano e insignificante que sea, pero no con tu cuerpo sino con tu bondad y carisma. 
Y en ese último momento, date cuenta de quien eres, recupera tus raíces y no las sueltes, pero déjalas crecer.

domingo, 14 de abril de 2013

Am I ever gonna feel the same again?

Érase una vez, en la que sólo veía nubes rosas. Sólo olía a jazmín por las calles. Sólo soplaba una suave brisa todos los días de mi vida y sonreía a cada segundo. 

Hubo una época en la que todo eso acabó, y el período de espera hasta un estado de normalidad conmigo misma fueron un par de meses. Y entonces volví a caer en las telarañas de esa vida que te aporta un estado de felicidad envuelto por cosas bonitas que te ciegan. ¿Y qué? No te arrepientas cuando esas telarañas se rompan. Llora al principio pero no dejes que se te desgarre el corazón ni dejes de creer en el amor, en las escapadas de noche, en el poder de la luna, en los baños en la playa de noche pensando un futuro con otra persona.


Sentirás lo mismo varias veces más: tanto lo bueno como lo malo. La vida es como una montaña rusa y de lo que estoy segura es de que un comienzo no es más que el preludio de un fin y éste un preludio de otro principio.





sábado, 13 de abril de 2013

Recuerdos de una guerra


Sonaban lejanos estallidos de bombas encontrándose contra el suelo. Se presentaban como gigantes, rompiendo el silencio sepulcral. No sabía qué me daba más miedo. Por una parte el vacío era horroroso. Esperabas un nuevo estruendo y no sabías a la distancia a la que podía estar ni si ibas a sobrevivir. Al menos si tus oídos estaban envueltos en ondas, lo llantos de los niños asustados y los de mamá intentando tranquilizarlos eran imperceptibles. Éramos franceses y el verano de 1914 se produjeron oleadas masivas de hombres dispuestos a luchar por la patria. Yo lo veía un absurdo, un sin sentido, ir a luchar por lo que es nuestro. ¿Y qué era nuestro? ¿Una nación configurada por los líderes políticos que ultrajaban nuestros derechos? ¿Las armas? ¿Los tanques? Yo veía más nuestro las lágrimas, las sonrisas, los abrazos, las cenas. Los recuerdos, que siempre serían nuestros. Veía más humano todo eso. Pero la parte más humana de mí no se podía manifestar, pues era mujer. No era algo de lo que no estuviese orgullosa, si bien es cierto que la  barba ayudaba y nacer hombre era el mayor privilegio.

            La casa se quejaba bajo mis pies. El daño y la sensación que sentíamos incrustada en el cuerpo eran imborrables. Decidí levantarme de la cama para tranquilizar a mi familia. “Una chica con 16 años tiene que ser capaz de encargarse sola de una casa” decía mi padre cuando se refería a mi matrimonio. Un compañero empresario suyo tenía un hijo de mi edad. Era gente con dinero e importante a la que papá admiraba. Cada vez que se tocaba el tema yo buscaba los ojos de mi madre para refugiarme en ellos, ocupados ocultando la vergüenza y el valor que necesitaba para saltar y gritar que nadie le arrebataría a su hija. Era asombroso lo diferentes que éramos. Quizá fuese por la época en la que yo había nacido de lucha o por la sensación revolucionaria de la edad. Quizá solo fuese por el placer de discutir, pero yo no era tan sumisa como ella.


            La luz del pasillo no se encendió. Llegué a la habitación donde estaban todos. Todos menos René. Mamá corrió desconsolada al verme entrar. Me agarró y pronunció algunas palabras que querían decir: busca a René. De repente su angustia y su preocupación me contagiaron.

            Tropecé con los escalones. Estaba fuera de mí. René, mi hermano pequeño de 5 años, siempre jugaba en el columpió que papá antes de ir a la guerra, construyó para él. Atravesé exhausta el trecho de campo que había hasta el inmenso árbol. Observaba cómo se hacía más grande progresivamente. Mi corazón, incapaz de bombear más sangre se rompió en mil pedazos al comprobar que no estaba allí. Con las manos echadas en la cabeza y sumida en la más profunda desesperación escuché su voz. Una dulce voz que jugaba con algo entre sus dedos: una granada. Unos segundos antes y me habría dado tiempo a lanzarla lo más lejos posible y a protegerle entre mis  brazos, o por lo menos a morir con él.

            Estruendo y ceniza. Caí en el suelo. No sé cuánto tiempo pasó, pero estaban todos al lado mío, gritando y llorando. No sé cuánto tiempo tendríamos que esperar para olvidar lo sucedido, pero aquella noche hasta el árbol del columpio sangró por un inocente.

            Unos meses más tarde, mientras susurraba al aire mis pensamientos cerca de donde descansaban los restos de René, escuché pasar un coche.

            Últimamente me había distraído mucho, ya no era la misma. La juventud que antes brillaba se había evaporado y mis fuerzas, antes incandescentes, habían dejado de arder junto al latido de mi corazón. Pasaba horas columpiándome y hablándole a René. Le contaba mis miedos a una boda prematura y concertada o  las pocas ganas que tenía de continuar escribiéndole cartas a Philipe, un chico con el que mantenía en secreto alguna relación indefinida. Esos momentos  en compañía de mi hermano muerto habían abierto una puerta hacia mí que yo misma desconocía.

            El vehículo se detuvo frente al portal. Supe, tras un sobreesfuerzo por parte de mis ojos, que se trataba de un vehículo oficial. Durante unos instantes miré para otro lado, creo que intentando desaparecer. Pero la curiosidad pudo conmigo y me acerqué.  La “Gran Guerra” aún no había terminado y nadie parecía querer ponerle fin.

            “Digamos que el amor no es egoísta, que es sincero y puro; que es ciego. Que no me  has regalado la vida de cinco hijos. Que no sigo pensando en ti cada día. Que no espero que regreses a casa y escuchar tu reconfortante voz. Que no te añoro todos los minutos. Digamos que no leo tus cartas cada noche, que no creo en las segundas, terceras y milésimas oportunidades. Digamos que no quiero que todo vuelva a ser como antes y que no te amo de forma a la que nadie amó. Digamos que cumplirás la promesa de que siempre estarías a mi lado y de que nunca me soltarías. Digamos que no estoy llorando y que mi corazón no sangra por un espíritu que se aferra a una falsa libertad inducida por una guerra que no es la suya. Digamos que no te necesito más que al aire.
Tuya siempre, Rose.”

         Reconocí la carta escrita por mamá hacía unos meses que cayó desde el automóvil. Levanté la vista y vi los brazos de  mi padre rodeando las caderas de mi madre, besándola y abrazándola para fundirse con ella. Volé hacia  ellos. La guerra nos cambió. No solamente a nivel físico ya que ahora teníamos una boca menos que alimentar y las dos piernas de mi padre quedaron en campo alemán, sino a otro nivel. No diré que vivimos felices para siempre ni que mi destino acordado no se cumplió, pero os puedo asegurar con certeza que la lucha nunca está justificada si hay dolor de por medio, porque al final son los recuerdos los que perduran no los motivos de odio.

HUIR. Los cojones.


Like a frozen time. Piensa que estás en la pradera. Sola. Corriendo. El frío desaparece con cada movimiento rápido. Y te persiguen. ¿Huyes? Creo que le plantas cara al problema de una forma más efectiva que quedándote ahí arrinconada y sin saber que hacer. Cuando corres no es porque huyas del problema, es más, has tomado una decisión aunque algunos insensatos la califiquen de cobarde. No eres cobarde, sólo que no quieres enfrentarte a un puto problema que te está jodiendo. A veces es mejor dejar las cosas por un tiempo, dejarlas descansar; pero no querido amigo, nunca abandono en el campo de batalla.

jueves, 11 de abril de 2013

Mentiras.


Otra vez. Le molestaba que la engañasen, pero esta vez se había creído una mentira que se veía venir y eso era lo que más le dolió; no haber sabido diferenciar la mentira y haberla creído.
Es difícil no aferrarte al último ápice de esperanza; no creer en que puedes volver a tener lo que un día fue tuyo y que no supiste valorar; negar que nunca realizarás muchos de tus sueños. Es difícil hacerse a la idea de que todo cambia en esta vida, incluso de un día para otro nada vuelve a ser como antes.

“La noche acabará bien, ya verás como todo se arregla”. Tras escuchar esa frase y mientras la estrujaba entre sus brazos un buen amigo, se le pasaron mil cosas por la cabeza: situaciones, conversaciones, bailes, discusiones; todo ello hipotético pero posible. Actos que se vieron reforzados por las palabras de aquella persona que le aseguraba un futuro distinto.

Desconectó o por lo menos lo intentó, pero aquella idea era demasiado fuerte como para desaparecer tan rápido de su cabeza y desanclarse de su corazón. Entró valiente y decidida a la pista de baile, más bien como si fuera a una batalla que como si estuviese celebrando las fiestas locales. Todo ese espíritu guerrero se esfumó al instante cuando él la cogió por las caderas para abrir paso entre la gente. Sudaba y no había hecho más que empezar la noche. Necesitaba un trago. ¿O no? Fuera como fuese no se lo pensó dos veces y, una vez servida, fue a la zona donde se encontraban sus amigos.

Todo estaba muy oscuro y las luces fosforescentes y parpadeantes impedían su avance entre la masa de gente y de vapor de agua que formaban las respiraciones agitadas. La pisaron repetidas veces aunque apenas lo notó ya que estaba concentrada en su objetivo: llegar a la pista. Haciendo equilibrios con el vaso en la mano consiguió evitar derramar el máximo contenido posible, hasta que un chico, que agitaba las manos en el aire al son de la música, lo golpeó enérgicamente desparramando todo el contenido sobre la blusa blanca que se había puesto esa noche.

Él se dio cuenta y cuando se giró para ver qué pasaba, aquellos ojos lo deslumbraron. Brillaban entre ese áurea apagada que era la discoteca, aunque avecinaban tormenta.  Corrió, (en realidad no corrió debido a que la aglomeración era tal que le fue físicamente imposible; digamos que “avanzó de forma decidida e ininterrumpidamente”), en dirección al servicio de señoras, era lo que le faltaba aquella noche para acabar de hundirse. Por supuesto, él la siguió. Esperó fuera, inmóvil y tremendamente arrepentido. Sus oídos se quejaban de lo altísima que estaba la música porque ya no estaba pendiente de seguir el ritmo sino de volver a verla para disculparse.

Olía a cigarro y a sexo dentro de los aseos. Se miró al espejo. No podía hacer nada, la mancha color Coca Cola se había extendido por toda la parte del escote, inundando una preciosa tela blanca como ella, con un olor a alcohol que repelía. Se quitó la blusa y se quedó sólo con la camiseta básica que llevaba debajo que, a pesar de ser muy poca cosa, agradeció tener. Estaba muy cabreada; pero a pesar de todo, seguía preciosa.