Que tengo frío, y no estás. Que las lágrimas bajan por mis mejillas a toda prisa, y no me las quitas prometiéndome que todo saldrá bien. Que cuando tengo una alegría, no estás para compartirla. Que me despierto habiendo soñado contigo, y no estás para contártelo. Que huelo tu perfume, y cuando me doy la vuelta no eres tú quien lo lleva. Que escucho tu voz, y son sólo los recuerdos que el viento cruelmente me trae. Que quiero subirme a la azotea más alta, y no estás para cogerme por detrás y hacer como que volamos juntos. Que quiero nadar hasta que mi cuerpo se rinda, y no estás para darme oxígeno. Que necesito un abrazo de esos que cortan la respiración y un susurro al oído muy muy despacito que me escame la piel, y sólo oigo silencios. Que quiero tocar el cielo con la punta de los dedos, y no estás para auparme. Que quiero saborear algodón de azúcar y que de derrita en mi boca, pero mi boca no es nada sin la tuya. Que sólo deseo estar así contigo, y es sólo un espejismo.
martes, 30 de abril de 2013
lunes, 29 de abril de 2013
Kas, 17.
Porque sois mis segundas
hermanas y te lo digo con el corazón en la mano. Porque somos sexys. Porque el
caldo de habas caducao' nos va a durar para mucho. Por todo lo que nos queda por
vivir huracán de plata. Te quiero, felices 17.
sábado, 27 de abril de 2013
¿ERES TÚ, AMOR?
¿Dónde estás,
Amor? Te perdiste por el camino, y aunque sé que sigues conmigo, ya no te veo. Ya
no te siento. Y aunque sé que estás conmigo, ahora es invierno y me
encuentro vacía en este lago de insatisfacción personal.
¿Dónde estás,
Amor? Que irreconocible y cambiado te veo. Que ya no te siento de la misma
manera. ¿Quemas? ¿Dueles? ¿Matas? Ya no lo sé porque en las noches que
pasábamos juntos tú eras mi almohada de plumas sin descubrir, mi pañuelo de
lágrimas, mis corazones de chuchería que curaban las heridas cuando alguno de
los dos reposaba enfermo sobre la cama del otro.
¿Eres tú,
Amor, el que amarga mis comidas y turba la vista hacia el futuro? ¿Eres tú,
Amor, que te infiltras en mis sueños y haces que se tornen pesadillas? ¿Eres
tú, Amor, el que no sale de mi cabeza y hace que el corazón se me dispare sólo
con pensarte?
Por supuesto
que eres tú, Amor, que me haces morir en vida y vivir muriendo, pero no hubo
mayor recompensa en algún tiempo que me revivieras tras muerta por otro amor
que se perdió por el camino.
lunes, 22 de abril de 2013
TÚ y tu sonrisa.
Y en ese último momento, en el que sientes una mezcla de desesperación y de caos en tu vida después de haber movido los hilos del destino, topas con alguien que te cambia. A lo mejor no la vida, no seamos exagerados, pero te cambia las noches. Te cambia la expresión monótona de una cara que últimamente está marcada por la tristeza a esa sonrisa ligera que te ilumina el alma. Es en ese momento en el que dejas de lado lo demás y comienzas a centrarte en lo realmente importante, tú. Es mejor no ofuscarse de nuevo, simplemente valórate como te mereces: a ti, a tus ojos, a tu sonrisa, a tus expresiones únicas que sacan a relucir el ángel que llevas dentro. Valora esa capacidad tan tuya para seducir cualquier objeto, por vano e insignificante que sea, pero no con tu cuerpo sino con tu bondad y carisma.
domingo, 14 de abril de 2013
Am I ever gonna feel the same again?
Érase una vez, en la que sólo veía nubes rosas. Sólo olía a jazmín por las calles. Sólo soplaba una suave brisa todos los días de mi vida y sonreía a cada segundo.
Hubo una época en la que todo eso acabó, y el período de espera hasta un estado de normalidad conmigo misma fueron un par de meses. Y entonces volví a caer en las telarañas de esa vida que te aporta un estado de felicidad envuelto por cosas bonitas que te ciegan. ¿Y qué? No te arrepientas cuando esas telarañas se rompan. Llora al principio pero no dejes que se te desgarre el corazón ni dejes de creer en el amor, en las escapadas de noche, en el poder de la luna, en los baños en la playa de noche pensando un futuro con otra persona.
Sentirás lo mismo varias veces más: tanto lo bueno como lo malo. La vida es como una montaña rusa y de lo que estoy segura es de que un comienzo no es más que el preludio de un fin y éste un preludio de otro principio.

Hubo una época en la que todo eso acabó, y el período de espera hasta un estado de normalidad conmigo misma fueron un par de meses. Y entonces volví a caer en las telarañas de esa vida que te aporta un estado de felicidad envuelto por cosas bonitas que te ciegan. ¿Y qué? No te arrepientas cuando esas telarañas se rompan. Llora al principio pero no dejes que se te desgarre el corazón ni dejes de creer en el amor, en las escapadas de noche, en el poder de la luna, en los baños en la playa de noche pensando un futuro con otra persona.

sábado, 13 de abril de 2013
Recuerdos de una guerra
Sonaban lejanos estallidos de bombas encontrándose contra el
suelo. Se presentaban como gigantes, rompiendo el silencio sepulcral. No sabía
qué me daba más miedo. Por una parte el vacío era horroroso. Esperabas un nuevo
estruendo y no sabías a la distancia a la que podía estar ni si ibas a
sobrevivir. Al menos si tus oídos estaban envueltos en ondas, lo llantos de los
niños asustados y los de mamá intentando tranquilizarlos eran imperceptibles.
Éramos franceses y el verano de 1914 se produjeron oleadas masivas de hombres
dispuestos a luchar por la patria. Yo lo veía un absurdo, un sin sentido, ir a
luchar por lo que es nuestro. ¿Y qué era nuestro? ¿Una nación configurada por
los líderes políticos que ultrajaban nuestros derechos? ¿Las armas? ¿Los
tanques? Yo veía más nuestro las lágrimas, las sonrisas, los abrazos, las
cenas. Los recuerdos, que siempre serían nuestros. Veía más humano todo eso.
Pero la parte más humana de mí no se podía manifestar, pues era mujer. No era
algo de lo que no estuviese orgullosa, si bien es cierto que la barba ayudaba y nacer hombre era el mayor
privilegio.
La casa se
quejaba bajo mis pies. El daño y la sensación que sentíamos incrustada en el
cuerpo eran imborrables. Decidí levantarme de la cama para tranquilizar a mi
familia. “Una chica con 16 años tiene que ser capaz de encargarse sola de una
casa” decía mi padre cuando se refería a mi matrimonio. Un compañero empresario
suyo tenía un hijo de mi edad. Era gente con dinero e importante a la que papá
admiraba. Cada vez que se tocaba el tema yo buscaba los ojos de mi madre para
refugiarme en ellos, ocupados ocultando la vergüenza y el valor que necesitaba
para saltar y gritar que nadie le arrebataría a su hija. Era asombroso lo
diferentes que éramos. Quizá fuese por la época en la que yo había nacido de
lucha o por la sensación revolucionaria de la edad. Quizá solo fuese por el
placer de discutir, pero yo no era tan sumisa como ella.
La luz del
pasillo no se encendió. Llegué a la habitación donde estaban todos. Todos menos
René. Mamá corrió desconsolada al verme entrar. Me agarró y pronunció algunas
palabras que querían decir: busca a René. De repente su angustia y su
preocupación me contagiaron.
Tropecé con
los escalones. Estaba fuera de mí. René, mi hermano pequeño de 5 años, siempre
jugaba en el columpió que papá antes de ir a la guerra, construyó para él.
Atravesé exhausta el trecho de campo que había hasta el inmenso árbol.
Observaba cómo se hacía más grande progresivamente. Mi corazón, incapaz de
bombear más sangre se rompió en mil pedazos al comprobar que no estaba allí.
Con las manos echadas en la cabeza y sumida en la más profunda desesperación
escuché su voz. Una dulce voz que jugaba con algo entre sus dedos: una granada.
Unos segundos antes y me habría dado tiempo a lanzarla lo más lejos posible y a
protegerle entre mis brazos, o por lo
menos a morir con él.
Estruendo y
ceniza. Caí en el suelo. No sé cuánto tiempo pasó, pero estaban todos al lado
mío, gritando y llorando. No sé cuánto tiempo tendríamos que esperar para
olvidar lo sucedido, pero aquella noche hasta el árbol del columpio sangró por
un inocente.
Unos meses
más tarde, mientras susurraba al aire mis pensamientos cerca de donde
descansaban los restos de René, escuché pasar un coche.
Últimamente
me había distraído mucho, ya no era la misma. La juventud que antes brillaba se
había evaporado y mis fuerzas, antes incandescentes, habían dejado de arder
junto al latido de mi corazón. Pasaba horas columpiándome y hablándole a René.
Le contaba mis miedos a una boda prematura y concertada o las pocas ganas que tenía de continuar
escribiéndole cartas a Philipe, un chico con el que mantenía en secreto alguna
relación indefinida. Esos momentos en
compañía de mi hermano muerto habían abierto una puerta hacia mí que yo misma
desconocía.
El vehículo
se detuvo frente al portal. Supe, tras un sobreesfuerzo por parte de mis ojos,
que se trataba de un vehículo oficial. Durante unos instantes miré para otro
lado, creo que intentando desaparecer. Pero la curiosidad pudo conmigo y me
acerqué. La “Gran Guerra” aún no había
terminado y nadie parecía querer ponerle fin.
“Digamos que el amor no es egoísta, que es sincero y puro;
que es ciego. Que no me has regalado la
vida de cinco hijos. Que no sigo pensando en ti cada día. Que no espero que
regreses a casa y escuchar tu reconfortante voz. Que no te añoro todos los
minutos. Digamos que no leo tus cartas cada noche, que no creo en las segundas,
terceras y milésimas oportunidades. Digamos que no quiero que todo vuelva a ser
como antes y que no te amo de forma a la que nadie amó. Digamos que cumplirás
la promesa de que siempre estarías a mi lado y de que nunca me soltarías.
Digamos que no estoy llorando y que mi corazón no sangra por un espíritu que se
aferra a una falsa libertad inducida por una guerra que no es la suya. Digamos
que no te necesito más que al aire.
Tuya siempre, Rose.”
Reconocí la carta escrita por
mamá hacía unos meses que cayó desde el automóvil. Levanté la vista y vi los
brazos de mi padre rodeando las caderas
de mi madre, besándola y abrazándola para fundirse con ella. Volé hacia ellos. La guerra nos cambió. No solamente a
nivel físico ya que ahora teníamos una boca menos que alimentar y las dos
piernas de mi padre quedaron en campo alemán, sino a otro nivel. No diré que
vivimos felices para siempre ni que mi destino acordado no se cumplió, pero os
puedo asegurar con certeza que la lucha nunca está justificada si hay dolor de
por medio, porque al final son los recuerdos los que perduran no los motivos de
odio.
HUIR. Los cojones.
Like a frozen time. Piensa que estás en la pradera. Sola.
Corriendo. El frío desaparece con cada movimiento rápido. Y te persiguen. ¿Huyes?
Creo que le plantas cara al problema de una forma más efectiva que quedándote
ahí arrinconada y sin saber que hacer. Cuando corres no es porque huyas del
problema, es más, has tomado una decisión aunque algunos insensatos la
califiquen de cobarde. No eres cobarde, sólo que no quieres enfrentarte a un puto problema que te está jodiendo. A veces es mejor dejar las cosas por un tiempo, dejarlas descansar; pero no querido amigo, nunca abandono en el campo de batalla.jueves, 11 de abril de 2013
Mentiras.
Otra vez. Le molestaba
que la engañasen, pero esta vez se había creído una mentira que se veía venir y
eso era lo que más le dolió; no haber sabido diferenciar la mentira y haberla
creído.
Es difícil no aferrarte
al último ápice de esperanza; no creer en que puedes volver a tener lo que un
día fue tuyo y que no supiste valorar; negar que nunca realizarás muchos de tus
sueños. Es difícil hacerse a la idea de que todo cambia en esta vida, incluso
de un día para otro nada vuelve a ser como antes.
“La noche acabará bien,
ya verás como todo se arregla”. Tras escuchar esa frase y mientras la estrujaba
entre sus brazos un buen amigo, se le pasaron mil cosas por la cabeza:
situaciones, conversaciones, bailes, discusiones; todo ello hipotético pero
posible. Actos que se vieron reforzados por las palabras de aquella persona que
le aseguraba un futuro distinto.
Desconectó o por lo menos
lo intentó, pero aquella idea era demasiado fuerte como para desaparecer tan
rápido de su cabeza y desanclarse de su corazón. Entró valiente y decidida a la
pista de baile, más bien como si fuera a una batalla que como si estuviese
celebrando las fiestas locales. Todo ese espíritu guerrero se esfumó al
instante cuando él la cogió por las caderas para abrir paso entre la gente.
Sudaba y no había hecho más que empezar la noche. Necesitaba un trago. ¿O no?
Fuera como fuese no se lo pensó dos veces y, una vez servida, fue a la zona
donde se encontraban sus amigos.
Todo estaba muy oscuro y
las luces fosforescentes y parpadeantes impedían su avance entre la masa de
gente y de vapor de agua que formaban las respiraciones agitadas. La pisaron
repetidas veces aunque apenas lo notó ya que estaba concentrada en su objetivo:
llegar a la pista. Haciendo equilibrios con el vaso en la mano consiguió evitar
derramar el máximo contenido posible, hasta que un chico, que agitaba las manos
en el aire al son de la música, lo golpeó enérgicamente desparramando todo el
contenido sobre la blusa blanca que se había puesto esa noche.
Él se dio cuenta y cuando
se giró para ver qué pasaba, aquellos ojos lo deslumbraron. Brillaban entre ese
áurea apagada que era la discoteca, aunque avecinaban tormenta. Corrió, (en realidad no corrió debido a que
la aglomeración era tal que le fue físicamente imposible; digamos que “avanzó
de forma decidida e ininterrumpidamente”), en dirección al servicio de señoras,
era lo que le faltaba aquella noche para acabar de hundirse. Por supuesto, él
la siguió. Esperó fuera, inmóvil y tremendamente arrepentido. Sus oídos se
quejaban de lo altísima que estaba la música porque ya no estaba pendiente de
seguir el ritmo sino de volver a verla para disculparse.
Olía a cigarro y a sexo
dentro de los aseos. Se miró al espejo. No podía hacer nada, la mancha color
Coca Cola se había extendido por toda la parte del escote, inundando una
preciosa tela blanca como ella, con un olor a alcohol que repelía. Se quitó la
blusa y se quedó sólo con la camiseta básica que llevaba debajo que, a pesar de
ser muy poca cosa, agradeció tener. Estaba muy cabreada; pero a pesar de todo,
seguía preciosa.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)




