lunes, 29 de diciembre de 2014

Dinamita

¿De qué sirve vivir si no se es explosivo? ¿Para qué estallar si no somos dinamita? ¿Para qué estar con alguien que no te cambie la vida? Soy partidaria de hacer las cosas y de no dejarse llevar por el miedo, la inseguridad, el exceso de sensatez y la infelicidad. Soy del estilo de los “cautos explosivos”, me explico: pienso las cosas antes de hacerlas, está claro, y además del rollo que podría soltar sobre la necesidad de ser cuidadoso; tenemos que ser grandes.

Sí, tenemos que crecer, y reír, y divertirnos y llorar. Tenemos que aprender a que “es mejor pedir perdón que permiso”. Aunque no estoy del todo de acuerdo con esa frase, tiene parte de razón. ¿Mejoramos con el tiempo? No. Mejoramos con la experiencia y con la intrepidez autoritaria que nosotros mismos dejamos fluir.


Buenas noches y largas lunas.

domingo, 21 de diciembre de 2014

"Memorias de 11 años"

“¿Cuándo has crecido tanto?” fueron las palabras de uno de los profesores y personas que más he admirado y admiraré jamás. Me tiré casi tres horas copiando a mano esas 15 hojas que había escrito a ordenador en un fin de semana. Conseguí cambiarle el nombre al documento por “Memorias de 11 años”. Resultaba ridículamente adorable que una niña como yo incluyese algo tan ficticio como “memorias” cuando parecía que ni siquiera alguien que superase la mayoría de edad podría tener la determinación y el coraje de decirlo.

MEMORIAS…. Yo llamaba eso a lo que en realidad era mi día a día. Describí el color verde botella de nuestras faldas que, en invierno, se juntaban con las medias del mismo tono en una amalgama de piernas correteantes sobre el patio del colegio. También contaba lo que no me canso de decir; cuánto me gustaba destapar el bote de la canela y olerlo y meterme un poco de dalsy en la boca cuando nadie miraba. Aquello me hacía sentirme realmente mal luego, nunca fui del todo desobediente. Uno de los capítulos hablaba casi por completo de una golondrina que venía cada abril a poner sus huevos sobre la lámpara de la barbacoa. Yo pensaba que era la misma año tras año, que ya se conocía el lugar y se sentía bienvenida en nuestra casa.

Pulsaba las teclas del ordenador de mi madre tan rápido que me entorpecía yo sola en una explosión que emergía de mi cabeza tan rápido como los colores de una sombra; todo aquello para que Don Martín tuviese el lunes en su mesa un regalo de Navidad que no podía contener más cariño.

En efecto, después de teclear durante dos días, la noche que dejaba al domingo atrás estuve transcribiendo a papel aquellos folios de mis MEMORIAS tan absurdas como poéticas. No, no era poesía lo que escribía; lo que era poético, casi irónico, era la pretensión de cada espacio entre las letras que una niña se dedicaba a escribir con felicidad.

Quizá fuera esa la chispa que me llevó a creer en esto, en lo que me curan las metáforas y el placer de saber que no tengo porqué caer en el olvido siempre y cuando mis consejos se sigan leyendo. Aclaro que soy profundamente consciente de que seré olvidada, cuando aquellos que me quieran mueran o pierdan la cabeza. Ni siquiera aunque mis citas fueran impresas en las paredes de los edificios más emblemáticos se me recordaría. Debe de ser porque no somos lo que decimos, ni lo que hacemos, ni lo que pensamos. Somos lo que amamos, lo que sentimos; y no se puede recordar algo que no es, algo que no se ama, algo que no se siente.

Al final puede ser que todo se reduzca a eso: todas las mentiras, todos esos perdones que damos por asumidos y que en realidad cambiarían el rumbo de nuestras historias enteramente. Las miradas que se atreven a dar el salto son las que se recordarán siempre, los bailes que no son convencionales ni en sitios ruidosos, más bien aquellos que se hacen en un muelle mojado por el agua condensada de la noche. No se recordarán los grandes éxitos del verano, sino aquellos que batían tu corazón sin que nadie los convirtiese en trending topic.

Me he acordado de Memorias de 11 años  porque hace un par de días le comenté a un reciente buen amigo que somos lo que decimos. Su negación tan rotunda a mi aseveración fue seguida de mi estupendo argumento de utilizar la filosofía para rebatir eso. Tengo razón en que habría utilizado a algún gran filósofo a los que les debo más que reflexiones para haberle convencido de que sí, somos lo que decimos. Pero me equivocaba tanto en mi interior que se me apareció una niña de 11 años y su trepidante inocencia. Ese fantasma del pasado sujetaba un escrito grapado y me recordaba lo siguiente:

“No siempre soy lo que digo. Yo siempre digo que me gusta el puré que hace mamá, y que me gustaría que mi amiga Gloria viviese en mi calle para ir a jugar siempre a su casa. Pero yo sé que aguanto cuando trago el puré para que sea alegre y que me gusta que Gloria viva en la calle de las Azucenas porque son naranjas y el color naranja es el más bonito que hay. Por eso a veces miento cuando digo cosas pero no somos lo que decimos pero sí lo que sentimos.”


No sé cuándo me he hecho mayor. En realidad sí, le pongo fecha, hora, lugar y cielo a ese día lluvioso de mayo. Desde entonces no sé cómo he llegado hasta aquí. Ahora ya no me confundo al hablar ni mis emociones. Ya no tengo 11 años, ahora soy la joven mujer que se enfrenta consigo misma cada día por ser mejor persona y construir un futuro que le permita traer más golondrinas en abril a su casa; que será donde estén ella, sus memorias y papel con tinta.

lunes, 15 de diciembre de 2014

El meu món ets tu

            No m'ho podria creure, estava anant-me. Poc a poc, llentament. A cada pas que donava era com si un punyal se'm clavara al pit i m'aufegara, sense que jo poguera evitar-ho. Una llàgrima més caia a la galta, res comparat amb el que vindria, i jo no volia. El meu únic desig era donar-me la volta i abraçar-la, besar-la de nou i fingir que no passava res, que seguiríem junts passara el que passara. Esta fantasia es feia més intensa i incontrolable a mesura que m'allunyava, pero... què faria? Morir-me, era del que tenia ganes. Ficar-me en el llit i no eixir, no veure a ningú, no adonar-me de que les hores passen i el temps em consumix mentres em torture pensant en el que hauria passat si des d'un principi haguérem sabut arreglar les coses. Pensant en tot el que m'anava a perdre, els moments rient els dos assentats en l'herba, rodant pels tossals verds a l'estiu i més marrons a la tardor, veient com a estació rere estació el nostre amor es feia més sòlid.

         Vaig demanar pel que més vaig voler no trobar-me a ningú que em coneguera em vera amb els ulls entollats i vaig intentar contindre l'aigua, que va brollar d'ells sense que jo ho poguera evitar. Sabeu el que és amar una persona amb totes les teues forces i que de sobte, del dia al matí, tot s'acabe? Sense motius amb fonament, només la trista imatge d'estar només i aborronador. Em vaig sentir buit, desprotegit sense ella.


         Han passat ja quatre mesos, i la veig riure amb les seues amigues, eixir per ací, quedar amb altres...això és el que no puc suportar, els altres. Saber que hi ha uns braços que l'abracen i no són els meus, això és el que em posa malalt. Saber que ella seguix avant amb la seua vida i que jo no sóc capaç d'alçar cap, és el més trist de tot. Era el meu món i un món no es pot destruir d'un dia per a un altre no, no es pot.


         I ara que faig? Escriure a un diari com veig, dia a dia, la meua monòtona vida, trista, dolenta, sense cap propòsit, sense cap futur.

viernes, 12 de diciembre de 2014

"Como la extrema perspicacia de un perro inteligente"

Debe ser como recorrerse todas las tiendas, buscar los productos en venta, el regalo perfecto de una Navidad sin cuento. Como girar una esquina siguiendo el inconfundible olor del ardiente cucurucho de castañas a la brasa que tanto deseabas. Como ver los billetes de avión a ninguna parte, con la ilusión por delante de mil metros de altura sobrevolando una aventura.

Debe ser que aunque intentaba no quererte demasiado, me  dejaste verte los como quien lee a Pérez Reverte, “como la extrema perspicacia de un perro inteligente. Ninguno de los dos se acuerda de cómo terminó, ni de por qué; pero me dejabas hundirme en tu jersey, impregnado de mi perfume, el mismo que olías con ansia y te volvía loco en el primer segundo. Te perdías en ese instante en el pensamiento de mi ropa interior humeante; en tus manos envolviendo mis pechos como esqueletos protegiendo un corazón.

En efecto…es esa sensación. De libertad estando atada a lo que realmente viene siendo nada…un par de reacciones químicas que no te dejan pensar en tu vida. Como la poesía en prosa que escribo para poder ser testigo de tu imagen en mi mente, sin llegar a ser del todo consciente que estás inevitablemente presente.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Destructivos y constructivos


Qué destructivos podemos ser los humanos cuando rechazamos un abrazo y qué curativos cuando lo damos y aceptamos con cariño; cuando los besos son dados lentos y tiernos desde la columna hasta la nuca y acaban con un escalofrío en el cuello. Qué constructivos cuando hacemos reír y nos reímos, distraídos, casi ajenos a la realidad amarga de un mundo en el que ser destructivo parece la norma no escrita más común.