
Qué destructivos podemos ser los humanos cuando rechazamos un abrazo y qué curativos cuando lo damos y aceptamos con cariño; cuando los besos son dados lentos y tiernos desde la columna hasta la nuca y acaban con un escalofrío en el cuello. Qué constructivos cuando hacemos reír y nos reímos, distraídos, casi ajenos a la realidad amarga de un mundo en el que ser destructivo parece la norma no escrita más común.
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