domingo, 1 de octubre de 2017

Una manzana y un libro

Preguntándose en una tarde de domingo, ¿cómo se puede ir más despacio? ¿ Qué implicaba frenar? 
Y las aceras hacían ruido pero cada vez que miraba hacia arriba, el volumen de la escena se limitaba a las risas de los transeúntes. Diferenciando el ambiente y sus ganas de quedarse en él, bajó hasta tropezarse con una losa de plaza. Le salió una carcajada. Allí sentía paz, risa, juego. Éxtasis.

Subió la calle con media manzana en la mano y la otra media devorada con soltura, moviéndose con ligereza entre la gente que paseaba casi tan distraída como ella. Miraba con vigilancia complaciente, como quien es descubridor en una novela, como un tío vivo cuando ha acabado de girar. Compró un par de libros, le regalaron otro.

La hora de la elección fue tan sencilla como recorrer con los dedos las portadas de unos cuantos, evaluando su rigidez, su edad, lo vividos que habían estado, los daños que otras manos les habían inflingido, lo que sus título le hacían imaginar. Todo esto sin leer el resumen. No quería saber el contenido, solo sensaciones, no tenía prisa.

Cuando el librero se acercó a la isleta donde estaba, y ya con las dos novelas en la mano, le dijo que la elección había sido buena. También le preguntó si había visto la película que se había hecho de uno de ellos. Ella negó. Y hablaron, y discutieron de literatura. Y las arrugas de él se fundieron en la tersa juventud de su piel, siendo testigos de la felicidad de ser desconocidos cuyo arte en común es la literatura.

Se sintió sin embargo mucho más obligada a mantener una conversación con aquel chico, mucho más de edad, que se le había cercado cuando se sentó a disfrutar de las primeras frases de una de las recientes adquisiciones.

La manzana le había dejado las manos pegajosas, pero no le importaba. Sentía frío en las piernas, pero le reconfortaba su jersey. Tenía muchas cosas en las que invertir horas, pero estaba disfrutando del momento. Incluso el olor a tabaco que salía de la mujer sentada a su derecha con un chiguagua y un bollo de crema no le parecía tan desagradable esa tarde.

Solo había alguien con quien quería estar; ella misma. Y por eso empezó a leer:
"Cambios de vida, de ritmos, de aire. 
Cambios de luces, de apologías, de cruces. 
Cambios de miedos, de aficiones, de trenes.
Cambios de filtros, reposición de esperanza."

Miró de nuevo al cielo, mucho más oscuro pero igual de carismático y se dijo que aquello del momento adecuado y el lugar indicado era simplemente un conjunto de casualidades: palabras escritas hace tiempo que ahora se adaptaban a su situación, una manzana sin granular y la sabiduría de quien lleva años vendiendo historias.

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