domingo, 7 de octubre de 2018

Bajo nuestra araucaria

Y qué me das, letras y romances,
pasatiempos que están lejos de vocear verdades.

Y qué te doy, la reciprocidad del egoísta,
la inquietud de un ateo monoteísta.

Y qué espero,
tener un invierno encima de pinos,
un agosto bajo la araucaria,
una navidad sin acebo.

Pido perdón de antemano por toda la pasión exaltada y apagada, por las contradicciones que a veces ven pasar la tarde sin ningún motivo, los nombres de gente sin rostro que amenazaba el hueco que nos separaba.

Pido - a su vez- respeto por ese instante de valentía que desprendí a tu lado aun cuando sentía miedo, los kilómetros vacíos que llené con tu sonrisa al bajarme de un tren, el olor acre de una discusión frente a los tejados levantinos.

No vendo letras y era lo positivo de entregarte, desde el fondo de cada palabra, la emoción que sentía en ese momento.
No vendo letras, aquí hay autenticidad por los que rompen en llanto y los que llenan el aire con carcajadas.
No vendo letras, bajo la premisa primordial del predicador primerizo que fue capaz de prever el principio del amor privado.

Finalizo esto tras haber escrito con una estructura similar a lo que era lo nuestro: fría como un invierno en la playa sin acebo; repetitiva como la canción que me cantabas bajo la aracuraria.

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