viernes, 19 de octubre de 2018

Gracias

Ayer, al salir de la Universidad, experimenté una de esas sensaciones que se tiene algunos días en los que te sientes orgullosa. Fue agradecimiento pleno. Normalmente, al salir de un día largo de biblioteca y encontrarme lluvia, iría corriendo al parking para coger mi coche y salir escopetada. Pero ayer no.

Lo primero que agradecí fue el frío. Un octubre sin lluvia parece que es septiembre y avanzar en el tiempo te da perspectiva siempre. La oscuridad, la acera iluminada solo por las farolas y las luces de dentro de los edificios, los foodtruck proyectando sus sombras.

El olor a tierra mojada y el dolor en el cuello. Esa molestia que te dice que de ti no se ha ido ni un ápice de ímpetu, que quieres seguir mejorando y no tienes miedo a que ese lugar esté lejos de casa porque eres, al fin y al cabo, capaz de hacer tu casa allí donde estés.

El ordenador a 3% de batería y tú, puede que aún a un 23%, porque para mí es mejor creer que soy incombustible, que las personas podemos con todo, que hay pocas cosas que superen un día rodeada de gente a la que admiras. Y aunque luego todo esto sea mentira la mayor parte del tiempo y haya días en las que se me agote la mecha rápido, que me defraude la humanidad o que no me inspire mi entorno, sé que en la balanza lo bueno siempre pesa más.

Pensé en lo que hablé con un amigo hace unas semanas y es que en octubre parece que todo el mundo está un poco de bajón (y yo la primera) pero se trata de saber que no has perdido el norte y que cualquier árbol tiene que perder las hojas en otoño para brotar más fuerte que nunca. Y agradecí su consejo.

Llamé a mi abuelo desde el coche y puse "héroes del sábado". Entonces, agradecí el calor de mi coche, escuchar su voz y la vibración de los bajos de mi yaris. ¿Dónde están los que quieren salvar el mundo? ¿Dónde están los protagonistas? ¿Dónde los que quieren dejar sus cadenas y volar?


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