Esa noche hablamos de puntos de inflexión. Estuvimos
hablando de faros en la distancia, de la fuerza de la tormenta, del carisma de
la responsabilidad y la picardía que tienen las decisiones emocionales.
Hablamos como lo hacen las olas del mar: tocando un tema y
luego otro, acariciando a veces las palabras, otras con fuertes embestidas que
nos hacían darnos cuenta de lo peligroso que es tirarse al mar con dudas.
Esa noche…qué larga fue. Nos miramos y nos sonreíamos como
si fuera la primera vez. No descubrimos nada que no supiéramos, o más bien fue
todo lo que sabíamos que estaba escondido y salió para que dejásemos de fingir.
Fue lento, húmedo; como tus besos y tu calor. Ritmo herido
en la piel, sangrando el alma con pequeños beats, como nuestra canción
agotándose.
Esa noche supe, otra
vez, que no estoy sola, solo estoy conmigo misma. Estúpidos recuerdos y
apretones de mano que se convirtieron en cuchillos que me acariciaban y no
quería dejar marchar.
Marchita. Mustia. Melancólica. Con “M de Marasmo” no leíste
y desde entonces espero que visites el orgullo de mi vida, mis letras, mi rima.
Bailando con la poesía y rompiendo el silencio; porque grité, esa noche grité y
me quedé a oscuras pensando en lo poco que ganaría y todo lo que había perdido.
Pensé en el arrepentimiento, en cuántas veces debí haber parado y solo podía
seguir hacia delante.
Cualidad difusa que a veces me empuja y otras me devuelve
una parte de mí que no quiero, una parte de ella que he heredado y de la que no
puedo despojarme. Sería como quitarme la piel, es inherente a mí. La locura que
a veces te besa y satisface y otras te abruma y deshace.
De nuevo, puntos de inflexión. Fue buen momento para
recordar cuánto había detrás de nosotros en cada gesto, cuáles de esos gestos
nos gustaban realmente. Por último, esa noche hablamos de volver juntos a casa.
Qué triste fue cuando me di cuenta de que esa ola acabaría rompiendo en el mar
y nunca llegó a la orilla.
Continuaré sola hasta el puerto más cercano.
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