Todo el mundo sabe que a veces, me da por escribir. Muchas veces
es por aburrimiento o por inercia; en los momentos malos y en los buenos; e
incluso en aquellos en los que no hay blancos ni negros, solo grises (muy
bonitos) mientras disfruto el paseo.
Por seguir con el color, está
el naranja de los atardeceres. Cada vez duele menos pensar en los que vimos
juntos y que siguen allí, cada día un poco más tarde y que vivirán más que
nosotros.
Está el verde. El verde en
muchos tonos distintos pero el más bonito es el verde esperanza. Y hablando de
esperanza, hay personas que son como velas, o velas que son como personas (no
estoy muy segura). Pero la luz que desprenden va mucho más allá de la llama y
el calor tintineante. La luz de una vela encendida (y de una persona) puedes
verla en la oscuridad aun cuando estás muy lejos de ella; porque hay gente que
no necesita ni siquiera abrir la boca para demostrar su fuerza y, sobretodo, su
bondad.
Obcecándonos, a veces
demasiado, en reprimir algunos sentimientos cuando es complicadísimo. Cuando no
es necesario. Cuando lo que importa está más en lo que se dice que en lo que se
calla; y se encallan en el alma el dolor y la tristeza. Y es que los faros no
están hechos para estar apagados, ni las personas que son como faros y tienen
la desgracia (y la suerte) de intentar hacer volver a barcos que están en
realidad perdidos.
Ser faro, ser luz.