miércoles, 25 de septiembre de 2019

La revolución de un mantra

A veces no es planeado y sucede. Pasa tan rápido que da miedo, que hasta parece de mentira y te conviertes en un exagerado pero lo cierto es que está sucediendo. Estás volviendo a brillar, a sacar una sonrisa cuando lees el mensaje, a imaginaros en vuestro próximo encuentro, a recordar la broma que te hizo. Y eso pone los pelos de punta porque es tan bonito, fugaz e intenso que el vértigo se apodera de cada poro de tu piel y respiras en cada ápice. 

A veces, cuando esto pasa, es doloroso porque te evoca a épocas pasadas en las que se te arrebató la alegría y te das cuenta de que hay clavos que siguen ahí a pesar de que deberían haber desaparecido. Y lo más bonito es que no importa nada. Somos átomos de carbono que se organizan y alteran para contar una historia, única e independiente. 

Somos nuevos ritmos, latidos que explotan en besos robados y frases que te hacen mantenerte despierto. Somos el tejido que se recompone después de romperse y la revolución de un mantra que se esfuerza por renovarse en las fauces de su juventud. Porque sobretodo, somos jóvenes. Somos creencias en el pasado y esperanza en el futuro. Somos la incertidumbre del siguiente paso. Somos la exclamación que precede un silencio cómodo. 

Y en ese punto en el que no sabes si saltar a la piscina o seguir tomando el sol mientras disfrutas del calor, creo que debemos plantearnos lo siguiente: el agua es vida y, aunque te puedas ahogar, va a ser donde disfrutes realmente. El sol, solitario, solsticio, acaba quemando y dejándonos secos. Hay que tirarse a la piscina, aún a riesgo de pasarlo mal. Hay que salir de "lo de siempre". Hay que avanzar. Hay que entender que merece la pena pasar un poco de frío ya que es entonces cuando te das cuenta de lo bonito que es tener miedo a perder algo que aprecias.

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