domingo, 22 de marzo de 2020

Una palmera en el ojo de la tormenta


Hacía meses que no le decía tantas veces a mi padre “te quiero”. Y muchos que él no colgaba cada llamada recordándomelo a mí también. Puede que nunca nos lo hayamos dicho el uno al otro tantas veces seguidas.
Pero también hacía mucho, por no decir “nunca”, que no me enfrentaba a una situación así. Hoy es sábado y tan solo lo sé porque lo marca el calendario. No hay nada que me evoque el día de la semana que es: no tengo que ir a clase, no tengo ninguna reunión, no tengo amigos con los que quedar hoy para contarnos qué tal ha ido la semana.
Todos se han ido. Mucho se ha acabado. Y aunque me siento como si estuviera en un sueño en el que soy una palmera doblada en medio de un huracán, sé que no acabaré partiéndome en dos y dejando un tronco roto. Siempre he sido una pieza completa, pero parece que últimamente no hay “siempre”, ni “nunca”.
Hoy he sido muy tonta y muy lista a la vez. Alguien ha lanzado una moneda al aire y ha caído de canto, dejándome al descubierto y con poca capacidad de acción. Me han robado, y lo sé, y poco puedo hacer. Pero no es solo el dinero, me duele cada pensamiento que desencadena la situación del coronavirus. Me duele por mi futuro, por el de la gente que vive en la calle y sé que puede morir. Me duele por mi familia, por mis amigos. Me duele por Javi. Me duele por mí.
Hemos declarado lo que ha pasado, tengo pruebas de todo, tengo la razón. No sirve, ¿por qué? Porque el mundo no funciona así; el mundo es un lugar en el que gana más veces el diablo que el bien. Y en el que existe egoísmo por un paquete de arroz. Existen las enfermedades que arrasan con todo y dejan un vacío de verdad, no como el que sientes solo cuando se cancela un viaje que tenías planeado; es más del tipo no poder volver a ver a quien quieres.
Y quiero que mi mundo sea uno en el que mi padre me escriba “qué haces golfanta? Ponte a estudiar” en vez de uno en el que me dice “No te vuelves loca que le den por el culo al dinero. No vayas a sitios con riesgo de coronavirus. A veces $4700 no es nada; hay otras cosas que valen mucho más. Eres muy joven todavía para aprender eso pero hazme caso”.
Siempre tienes razón. Bueno, no siempre, pero te quiero con toda mi alma.

Llevo un rato en blanco. No sé qué más puedo decir porque solo me apetece llorar. ¿Por eso acabo con un “te quiero”? Porque son dos palabras que lo dicen todo cuando no queda nada más que añadir. Como esos finales de película que son broches perfectos y que tanto me gustan.
Cuando lloro, no me salen las palabras. Me acuerdo cómo solía pensar que era porque el cuerpo y la mente son tan inteligentes que van al mismo compás. Cuando la cabeza necesita limpiarse, el cuerpo la ayuda poniéndote un límite para que no te salgan las palabras. Tu mandíbula desatada te ruega que te centres en sacar lo que tienes dentro. Las lágrimas escuecen en los ojos para que los cierres y mires lo que tu interior te quiere mostrar. Las manos están frías y cuesta moverlas para que ni siquiera dejes que tu comunicación verbal hable por ti.
También tengo presente que el globo terráqueo tatuado en mi espalda me recuerda cómo los segundos y los minutos son tan solo la invención del hombre para contabilizar el tiempo. Un tiempo que pasará a la misma velocidad independientemente de cómo esté yo. Porque la Tierra seguirá girando; me suba o me baje del carro.
Y también recuerdo como Mari me dijo “crécete ante las adversidades, porque van a ser muchas”. Soy valiente o al menos me he mentido suficientes años como para creérmelo a estas alturas y no abandonar. Me he quedado aquí, asumiendo las consecuencias y, ahora que Conse y Cuencias han llegado, les voy a plantar cara de la mejor forma que sé.

No hay comentarios:

Publicar un comentario