Parece que tengo una piel pegada.
Una que no me pertenece, como en la frontera de un universo distinto. Lleva
escrito "culpa" y dice que viene a cobijarme. Pero me pesa y no me
calienta, me asfixia y me plantea mirarme a dentro. ¿Qué me atormenta? ¿Soy tan
mala por decirle adiós antes de lo previsto a una oportunidad con la que muchos
sueñan?
Ese mismo miedo que no me deja
perderme por esta ciudad maravillosa. Conocer a un local y tener una aventura.
O una local. Y tres aventuras. Quería ver Twin Peaks inundado de parejas que se
quieren por una noche. También apostar con un nuevo amigo que el que viera más
graffitis de pájaros en la ciudad tenía derecho a una cerveza gratis en el
nuevo "bar de siempre" que está en la esquina de Turk con Hyde. Y poder
gritarle al Golden Gate desde un barco por la bahía que luego lo recorrería en
bici, como cada jueves por la tarde. Quería escuchar una banda tocar a lo lejos
y tener que subir una cuesta para disfrutar de las notas.
Y la realidad es que ha sido una
sobredosis de tantas subidas y bajadas; estímulos que han sido demasiado. Lo
admito, hay algo que se ha roto. Algo ha cambiado lenta y progresivamente. Y
quiero repararlo pero por más que me miro hacia dentro, busco dónde está la
grieta y no consigo verla. Estoy asustada por cosas imperceptibles y
no soporto esta presión.
Yo estoy aquí pero no puedo verme,
al igual que en este espejo estoy encerrada en un mar abierto. Menuda locura,
quizá así se sentía Alicia cuando un gato le sonrió. ¿Soy yo misma la
saboteadora de mi sueño? Me he dado cuenta de que hay algo mucho más doloroso
que la decepción y es el perder de vista aquello que siempre te habías
considerado.
Quizá no soy tan valiente, quizá no
soy tan "yo".
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