Me cansé de escribir rimas que llevaban tu nombre, tu esencia y tu cuerpo. Todas las noches que pasé intentando entender cómo tenerme sin que estuvieras. Y aunque me decían que el tiempo lo cura todo, sigo desmoronada cuando escucho la canción que grabamos ese día de septiembre.
Eso sí, ya no es vacío lo que siento; se han tiznado mis letras de pequeñas motas de esperanza y alivio. Cómo me alegro de que la luna refleje un aroma distinto. Cómo me alegro de que no me cogieras el teléfono cuando te llamé. Cómo me alegro de que no estés en mi galería. Cómo me alegro de haber abierto la caja de Pandora en la que encerré quién era yo antes de nosotros. Liviana, tranquila, con recursos; un enorme "con" en lugar de ese "sin" en el que me encerré.
¿Cómo se explica que un horizonte gris coja color sin que te des cuenta de que eres tú quien lo pinta? Derramar sangre no es tan malo después de todo siempre que a tu hipotálamo llegue aire fresco de alguna frontera distinta.
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