¿Qué estás haciendo? ¿Por qué tienes que tener una tormenta en las pupilas y un avión en el pecho justo cuando lo único que puedo hacer es seguir volando? Con esa educación que a veces me desespera y me sorprende; como todos esos comentarios tan inteligentes. O como cuando te das cuenta de las cosas más allá; de esas que son imperceptibles para el resto pero en las que tú te fijas. Y me preguntas sobre ello porque eres curioso y porque te interesa saber qué reto tienes delante.
Por lo menos eso es lo que me evocas: misterio y aventura. Puede ser que ahí recaiga la debilidad que despiertas: un efluvio de naturalidad cuando te recoges el pelo o reproduces unos beats con las manos para que seamos capaces de leer las letras que tienes en la cabeza.
Porque me las devuelves y me atraviesas cuando me miras y cuando no lo haces, hablando sobre la relación entre "¿cómo te explico?" y el color amarillo. Pensaba que era un pensamiento banal que tuve y que conectes ambos puntos es como despertar un día de lluvia en la montaña.
Dices que he sido lo más interesante que te ha pasado últimamente, que te gustan los munchies que te traigo, los sitios que me vas a enseñar, que disfrutas del tiempo conmigo y que el resto de cosas son un bonus. Y después de eso, te escribo y me contestas siempre con unos "sí" que me desmontan. Y llegas con un acento raro (probablemente el mismo que tengo cuando hablo tu idioma) explicando cómo cantan las ballenas.
Mientras, debo pretender que no se me cae la baba al mirarte. Que no me da miedo empezar este juego. Que no me estoy enamorando de tu parte de artista, del espíritu americano libre pero humilde a la vez que parece que llevas por bandera, de cuando me miras al tirar una lata cerveza.
Ahora debo frenarme, no dejarlo salir y correr al 1ºA para sentarme en tu puf a mirar como llueve sol afuera, bajo esta Montaña de California, bajo Júpiter o lo que sea que haya allí arriba. Fingir que no me jode que llegues en el peor momento, diciendo "¿cómo te explico?" con tormenta en las pupilas.
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