jueves, 11 de abril de 2013

Mentiras.


Otra vez. Le molestaba que la engañasen, pero esta vez se había creído una mentira que se veía venir y eso era lo que más le dolió; no haber sabido diferenciar la mentira y haberla creído.
Es difícil no aferrarte al último ápice de esperanza; no creer en que puedes volver a tener lo que un día fue tuyo y que no supiste valorar; negar que nunca realizarás muchos de tus sueños. Es difícil hacerse a la idea de que todo cambia en esta vida, incluso de un día para otro nada vuelve a ser como antes.

“La noche acabará bien, ya verás como todo se arregla”. Tras escuchar esa frase y mientras la estrujaba entre sus brazos un buen amigo, se le pasaron mil cosas por la cabeza: situaciones, conversaciones, bailes, discusiones; todo ello hipotético pero posible. Actos que se vieron reforzados por las palabras de aquella persona que le aseguraba un futuro distinto.

Desconectó o por lo menos lo intentó, pero aquella idea era demasiado fuerte como para desaparecer tan rápido de su cabeza y desanclarse de su corazón. Entró valiente y decidida a la pista de baile, más bien como si fuera a una batalla que como si estuviese celebrando las fiestas locales. Todo ese espíritu guerrero se esfumó al instante cuando él la cogió por las caderas para abrir paso entre la gente. Sudaba y no había hecho más que empezar la noche. Necesitaba un trago. ¿O no? Fuera como fuese no se lo pensó dos veces y, una vez servida, fue a la zona donde se encontraban sus amigos.

Todo estaba muy oscuro y las luces fosforescentes y parpadeantes impedían su avance entre la masa de gente y de vapor de agua que formaban las respiraciones agitadas. La pisaron repetidas veces aunque apenas lo notó ya que estaba concentrada en su objetivo: llegar a la pista. Haciendo equilibrios con el vaso en la mano consiguió evitar derramar el máximo contenido posible, hasta que un chico, que agitaba las manos en el aire al son de la música, lo golpeó enérgicamente desparramando todo el contenido sobre la blusa blanca que se había puesto esa noche.

Él se dio cuenta y cuando se giró para ver qué pasaba, aquellos ojos lo deslumbraron. Brillaban entre ese áurea apagada que era la discoteca, aunque avecinaban tormenta.  Corrió, (en realidad no corrió debido a que la aglomeración era tal que le fue físicamente imposible; digamos que “avanzó de forma decidida e ininterrumpidamente”), en dirección al servicio de señoras, era lo que le faltaba aquella noche para acabar de hundirse. Por supuesto, él la siguió. Esperó fuera, inmóvil y tremendamente arrepentido. Sus oídos se quejaban de lo altísima que estaba la música porque ya no estaba pendiente de seguir el ritmo sino de volver a verla para disculparse.

Olía a cigarro y a sexo dentro de los aseos. Se miró al espejo. No podía hacer nada, la mancha color Coca Cola se había extendido por toda la parte del escote, inundando una preciosa tela blanca como ella, con un olor a alcohol que repelía. Se quitó la blusa y se quedó sólo con la camiseta básica que llevaba debajo que, a pesar de ser muy poca cosa, agradeció tener. Estaba muy cabreada; pero a pesar de todo, seguía preciosa.

1 comentario:

  1. Existen momentos en la noche que son preciosos aunque estes con un cubata por encima, peste de tabaco en el pelo o resto de vómito en los zapatos.

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