A veces no nos damos cuenta de lo inmensamente necesarios que nos volvemos para alguien. Siempre nos resalta más nuestra propia dependencia, nuestros sentimientos, nuestro corazón. ¿Pero y cuando somos nosotros las alas de libertad para algún espíritu inquieto?
Allí, ladeada sobre un sofá mullido y tan cálido que emana calor de manera natural, quizá calentado por el sudor de nuestros cuerpos o tan solo por los rayos de sol que lo cuidaron por la tarde. Y sin embargo, siento frío. Unos labios me dicen que vaya, que no tenga miedo, que los precipicios acaban en caídas alucinantes y que si no fuera así, él me salvaría del abismo. Sea como tenga que ser, allí me encuentro, en plena oscuridad y (como única melodía) el acompasado ritmo de nuestras respiraciones jadeantes. Yo, que me conozco más que nadie, me recuerdo la hora que es, que fuera hacen treinta y dos grados, que la matrícula de mi coche acaba en mi número favorito, 23, todo ello cosas que me aten un poco a la vida real. La locura no perdona y me lleva por unas nubes perdidas.
Siento algo dentro que tengo que decir. He de encontrar una manera para verbalizar lo que siento: que mi único objetivo en ese momento es juntar aún más nuestros cuerpos, hacernos uno, bebernos despacito. Pero las palabras son muy fuertes y ya fue dicho por algún sabio, se las lleva el viento. Eso que necesito decir, que mi alma desea gritar no es más que un atronador "te quiero" en medio de tanto silencio desconcertante.
Comienza a temblar. Los músculos se le tensan y se muerde el labio. Él necesita lo mismo, pero es complicado... siempre es complicado. Y de repente, lo único que quieres es explotar, estallar de felicidad y, sobretodo, hacerlo a su lado. Porque sí, los sueños están bien, pero es mejor estar con él. Arena y sal, ginebra y ron. Verano, calor, nuevas experiencias y el contador con las ganas de besarle a tope.
Al respirarle solo puedes notar azul, un azul despejado que se refleja en el cielo y en sus ojos. En los tuyos su imagen, que denota una admiración especial, como un juguete nuevo que no quieres soltar y que podrías estar horas redescubriendo. Dale la mano, ¿qué más da que sea raro? Corred y daros prisa, no hay tiempo para tonterías. Y reír, reír hasta que los pulmones no os permitan exhalar más .
A veces, nos damos cuenta de que hemos perdido tanto el tiempo que cuando algo así está delante, probablemente nos tropecemos. Pero tropezarse es bonito, equivocarse es normal y desembarcar excitante. Me pregunta qué me pasa, que tengo mucho peligro, que no me encuentra fallos...yo me derrito y solo soy capaz de dejarle ver una sonrisa y soltar pequeñas carcajadas, esas que muestran que me encanta, que tengo muchas menos virtudes que defectos, que quiero comerle la boca y decirle que las cosas serias nunca fueron lo mío, a pesar de que me iría a un lugar ocre donde amanecer sin prisas a su lado y firmar donde fuera para no soltarle. ¿Las cosas serias? Serio es no ser capaz de dejar de dar tumbos durante años y que aparezca ese ser para el cual eres también su salvación, para que en menos de lo que dura uno de vuestros besos, te haya apetecido decirle mil veces al odio "te quiero".



