Yo ya no sé si soy un poco diablo
o soy el diablo que aguarda en tu pecho;
solo sé que perdí todo el derecho
a pedir que aflojaras la soga de mi cuello.
Y no rozo el mar en el que era capitán,
ni surco las aguas de tu boca infinita.
Tan solo rompen las olas torcidas
en lo que ahora son cataratas de hielo.
Un hielo ardiente que abrasa el alma,
unas olas nacidas de tu pelo en llamas,
una boca que ocasiona destellos moribundos
y un capitán que hace tiempo perdió el rumbo.
Mas no temo al deseo de admirarte,
ni odio la fragancia que me recuerda a ti,
tan solo me quemo por dentro
cada vez que pienso que no te tengo aquí.
Pero diciembre es más sabio y el tiempo le concede
el maravilloso privilegio de llevarse mi memoria,
que enraizada a tus alas se rompió como cristal;
de quererte por las noches y cuidarte en las mañanas
o de amarte por las tardes y fijarse en tu mirada.

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