miércoles, 17 de junio de 2015

Tomando la Luna y Margarette

Nuevo estado, nuevo plano. Margarette apareció  en escena con su trenza despeinada color castaño, su falda de lunares flotando a cada paso. Las gafas de sol colgadas por la camisa descubrían el camino hacia los senos de la joven y sus sonrojadas mejillas aproximaban las miradas de los desconocidos a su parte dulce. Sin embargo, lo que aquella gente (que tan fijamente la observaba) no sabía era que dentro había una inconformista, fantasiosa, impulsiva, grácil, incansable y luchadora Margarette que aún no había ni siquiera murmurado susurro.

Ella sabía, que el día que hablase, ardería Troya. Pero la mayoría de veces no necesitaba alzar la voz ni utilizar complejas armas de destrucción, simplemente le bastaba con ser ella misma. Analizar y actuar; pensar y movimiento. 

Quedarse callada o quieta era algo insoportable. Podía describir mil saltos cuando estaba nerviosa, alegre o cabreada. Infinitas maneras de hacer ver a los demás solamente lo que ella quería que viesen. Una magia inconfundible que actuaba de filtro a su cabeza y corazón; los dos motores de su existencia. Aún no había llegado a descubrir cuáles eran los combustibles que prendían la llama, pero el sistema era del todo eficaz. Sin duda un mecanismo que no la desproveía de ninguna oportunidad que tuviera delante. 

Cómo eran sus piernas...largas y perfectas. Sin un rasguño. Bronceadas poco a poco, como no podía ser de otra manera. Cuando las cruzaba uno podía perderse en el laberinto celestial que ambas conformaban. Eran sus movimientos, su tono de voz, su naturalidad, todo el conjunto que hacía que te enamoraras. Y digo enamorar como podría decir volverme loco, porque si algo hacía esa chica con su sonrisa era atraparte en un mar de placer cuando hablaba. Parece exagerado, completamente desproporcionado; pero os aseguro, que no había nadie como ella. 

La noche que nos tumbamos en la playa a escuchar las olas del mar mientras tomábamos la luna juntos fue un monólogo con ella misma. Aún me arrepiento de haberme quedado tan callado, pero necesitaba la melodía de sus palabras acariciándome la oreja y sentir la humedad de la arena mojada recorrer su garganta.

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