Puedo decir que me encanta ser la mala, la que tiene monstruos en el armario y te pide que te quedes una noche más, cargarme de energía con nuestras canciones y pelearme con la almohada hasta el amanecer. Además de mala, no abandono nunca. Puede que me agobie, me canse, me aparte por un tiempo, pero nunca abandono. De todas maneras, y tras haberme confesado innumerables veces que no lo haría, es probable que esta vez sea egoísta y te confiese que me beberé el desayuno en nuestra taza para darme un homenaje de buenos días y que miraré la hora que las agujas marcan en la esfera.
¿Por qué? ¿Seré la mala? La verdad es que prefiero que el amanecer no rompa cada día contra mi ventana y que esas manecillas no se me claven más veces. Supongo, que todo se reduce a que no quiero perder más lágrimas ni rezar a los guardianes de tus sentidos que sean cómplices de nuestro amor. Y sin pensar que soy más de escribir historias, que no quiero dibujos pintados en nubes grises, te digo que solo quiero besos de hilo. Que vengas y que cambies todo esto, sin monstruos en el armario pero manteniendo las peleas de almohada.
Me voy a arrepentir, sí, pero de no haberme quitado este peso de los hombros hace mucho y de no haber sabido frenar el accidente de sentimientos derrochados. No sé si creerme los te quiero descuartizados sobre la carretera, pero antes de que se vuelva a desgarrar la luna, yo me voy de aquí. No quiero escuchar más tu voz, puertos que no lleve a ninguna parte, ni recorrer descalza los kilómetros andados que ahora solo van a abrir heridas en el alma. Tranquilo, no borraré nuestras fotos del disco duro; pero eso ya lo sabes.
Dragón sin fuego, kyle sin su 23, Dezba que perdió su pluma; haremos para que vuelva el combustible, tus queridos números y la guerrera.
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