Ojala no doliese. Ojala nada doliese y
las verdades no se clavaran como puños en el alma. Siempre es más fácil cerrar
los ojos y mirar hacia otro lado, pensando que se puede escapar de la realidad
y de lo que sus tormentosos precipicios nos quieren desvelar. Pero lo cierto es
que si seguimos andando con los ojos tapados, caeremos irremediablemente por
ese barranco. La incertidumbre por el contrario sería mejor vista como un
tobogán deslizante y curvo, por el cual cuando te asomas no puedes ver el final y solo escuchas el eco de tu
propia voz. Seríamos las víctimas perfectas de la incertidumbre cuando ese
miedo en el que reparamos cada día y cada noche nos acompañara y aplastara como
lo hacen nuestras preocupaciones.
Todo esto parece enrevesado, sin
embargo, es tan fácil como sentarse y disfrutar del camino del tobogán.
Olvidarnos del vértigo que nos traerá el destino y quitarnos la venda para
divisar el maravilloso paisaje que los precipicios vislumbran.
Es asombroso como nos
quedamos anclados en el pasado y desnudos ante el futuro; todo esto mientras
negamos el presente y la veracidad de sus hechos. No estamos en este mundo para
llorar todas las mañanas la pérdida del ayer y no desear las ganancias del
mañana. ¿Para qué entonces? Cada uno para lo suyo, yo desde luego soy
partidaria de hacerme gigante, tanto como pueda y olvidarme de las
pre-ocupaciones y de los fantasmas del pasado. Ya es hora de encerrarlos y
dejar que se pudran ellos, las manzanas más fuertes y bellas del jardín son las
que resisten.
No hay comentarios:
Publicar un comentario