Unos días atrás fuimos las tres,
como siempre, al apartamento de siempre, con la piscina de siempre, el sofá
naranja de siempre, la nevera llena con las mismas cosas, las maletas de siempre, las asombrosas ganas de siempre. Al llegar, pudimos notar el característico
olor que parecía impregnado ya en aquel lugar. Nos trajo recuerdos
maravillosos; hasta se oían las risas de nuestros “yos” pasados en el sofá. Nos
sentíamos seguras allí, las unas con las otras, procurando comernos el mundo
poco a poco para disfrutar de cada bocado.
Aquella tarde en la playa parecía
que sonase de fondo una balada suave que acompañaba al viento. El relente de
las noches anteriores se hizo presente de nuevo, atrapándose en tu piel y
haciéndonos parecer cansadas. Es lo que tiene la costa y es un problema cuando
te desacostumbras a ello. Había ido yo sola, necesitaba estarlo en cierto modo
aunque quería con locura a mis compañeras de viaje.
Caminé durante una hora por el
paseo marítimo y entré a un bar. Durante mi paseo había estado cantándote,
sabiendo que tenía la voz roncar de cantarte. Pedí un tequila con extra de sal.
Creí que merecía la pena recordar aquellos besos de mar que me dabas. Tú me
llamabas “sirena” y eras testigo de los deliciosos acordes que se escuchan
entre la tierra y el mar cuando el sol reflejaba sus rayos en mi piel. Los
kilómetros que nos separan comenzaron a ser suficientes para adoptar el valor;
quizá solo necesitaba que supieras que el miedo huele bien, que en la carta
dejó de haber el plato Esperanza. ¿Cómo podrías saber que estábamos condenados?
Tal vez experimentando la huida en la noche y no echándote de menos.
Me tocaron el hombro. Supieron
que había ido en esa dirección, que estuve pensando en la vida que me pesaba
como plomo en la espalda, que no podía recibir miradas de fuego de nadie más,
que no había dejado de fumarte y necesitaba parches de nicotina para
desquitarme de ti. Sabían que me había pedido tequila, y que pienso que la
mejor manera de curar las heridas es el limón. Ellas querían ser el parche y el
azúcar que compensara lo ácido que había estado mi corazón.
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