Hay personas que han sido tu cielo.
Hay fechas que recuerdas más que las de tu cumpleaños.
Hay cicatrices que quedan majestuosas con tu piel.
Hay recuerdos que son un chute de energía cuando te los bebes de golpe, tras mucho tiempo.
Hay pasos que son el camino entero.
Pero esa gente pudo ser infierno. Esos días estuvo lloviendo. Esas heridas sangraban. Esos momentos quemaban. Ese recorrido arrastraba tu alma.
Pasaban los minutos y no llamabas. Fue Navidad y no volví a sentarme a comer contigo. Te contactaba y me rechazabas. Todo era frío y soledad; y no dejaba de doler. La conclusión era que no volvías, que no querías saber en quién me estaba(s) convirtiendo.
Con eso de que la primavera siempre vuelve y de que las flores crecen y se marchitan, tengo claro en cuáles de esas dos etapas nos encontramos cada una.
No planeé cómo iba a florecer. No imaginé dónde quería estar en unos años. No dejé de castigarme por tus delitos, pero eso no hizo que me acabase declarado inocente.
Así que aunque ahora no te dedique este poema a ti,
eres la fuente de mi inspiración.
Eres aquello que menos pesa en la balanza.
Tuve que quitarte importancia para poder ver el cielo, para celebrar estos diez años brindando, para tatuarme que mis lobos te perseguirían, para acordarme de ti como cafeína y no como carencias de dopamina, para robarle al sendero cada enseñanza.
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