Y si este invierno dura mucho
y me descolocan las ramas sin hojas;
sin un rayo de sol,
sin tenerte sonriendo con las cejas.
Y si cuando me hundo no soy capaz
de mover mis brazos;
porque me dejé las aletas
en la playa en la que nos despedimos.
Y si cada bocado me sabe amargo desde entonces
y el vacío de otros besos solo me recuerda
que sigue doliendo como si desgarrara el alma.
Pondré música,
con una letra adaptada a las peores pesadillas.
Pondré tierra de por medio,
hasta que solo quede poner la otra mejilla.
Por eso brilla,
la vida que pasa incluso en eneros largos,
cuando febrero desgarra pero marzo amanece tranquilo,
y un abril fundido con mayo
en el que me miré hacia dentro.
Junio, un nuevo camino.
En julio puede que deje de estar dormido.
Agosto me hizo perder la memoria
entre sal, sudor y abrazos.
Hasta que septiembre me devolvió a la realidad,
que octubre no tiene porqué ser triste,
ni se me abrirán las carnes en noviembre.
Solo queda el fin de diciembre,
un año más experta en la dura apuesta
de un invierno que no ha durado tanto.
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