La gente de decía que cometía siempre el mismo error: ilusionarse demasiado por la vida. Era el inesperado olor a canela, un día oscuro en pleno mayo, el refrescante sabor de la lima o los guantes que tenían pelo por dentro lo que le hacía sentirse bien. No cómoda, feliz o embriagada, simplemente y en el sentido más sincero de la palabra, bien.
No solía reconocer cuándo estaba mal, aunque la expresividad de sus ojos la delataban y la curva ladeada que su boca no hacía al sonreír mostraba que no le importaba demasiado algo que no fuera su corazón. Cabe decir que eso de que "no le importaba demasiado algo que no fuera su..." no era del todo cierto, porque si había algo seguro en todo esto, en todo ella, era que se preocupaba de corazón por las personas, incluso en exceso. ¿Sabéis aquellas veces en las que te vuelcas mucho con una persona que al final sus problemas acaban abstrayéndote y los acabas haciendo tuyos? Pues eso era lo que le ocurría a menudo.
Podía pensarse que llevaba por bandera una tela verde como el prado y azul como el mar, en la que se tejían solas las cicatrices, los labios del pecado, las oportunidades que aprovechaba, el vino tinto que derramaría, las horas a las que se entregaba a la locura de sus sueños, cada amargura que transitaría a lo largo de los días, todas las carcajadas que se le escaparían y las que no, bueno, las que no no deberían contarse. Perdería en esa bandera la llave de su futuro y arrojaría a la luz de unas velitas bajo la luna llena las noticias que le robasen el espíritu. Los cafés para dos quedarían en el cajón de "Loquenuncateconté", para besayunar a algún inquieto por verla desnuda, sin regalarles noches pero sí unos minutos de placer prohibido con champán esparcido en la bañera.
Sin embargo, era la palabra "alegría" la que le representaba bien. Como un río de energía, un escalofrío que sube desde los pies y acaba en la raíz de cada cabello. Alegría como la que se siente al recordar la persona que más te ha marcado, como recordar el sitio más perfecto del mundo. Alegría como saber que te superas en cada meta, como aprender a comprometerte contigo mismo cada día. Alegría como ilusionarte tanto por la vida que sean los gestos más insignificantes los que te hagan sentir, simplemente y en el sentido más sincero de la palabra, bien.
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