Es normal acostumbrarse, y al final acabas haciéndolo, a que las cosas malas vuelven. Al menos no de manera impuesta, pero sí vuelven. No hace falta que lo pienses, ni que te lo creas, ni siquiera que encuentres relación entre unas cosas u otras para que ocurra.
Sea como sea, si hay algo que nos merecemos nos acabará ocurriendo; pero...¿qué hay de lo que no nos merecemos? ¿De lo que no tenemos la culpa por la que se nos atribuye un castigo? ¿Qué ocurre si simplemente acaba destrozándote tanto algo que acaba por hacer débil? ¿Qué ocurre?
Las cosas no son justas y no, no hay un ser que imparta eso a lo que llamamos "justicia", como si nos sintiésemos con el derecho a decidir qué imponer a cada uno en función de sus actos. Si eso fuera así, estaríamos todos bien perdidos.
Partiendo de ahí, solo me cabe decir que no somos responsables de los demás, ni de sus sentimientos ni de sus decisiones. Nos acabamos reduciendo a desencadenantes de reacciones que a menudo ocurren sin ninguna necesidad de catálisis. No somos el explosivo, somos la mecha.
Acordemos bien con nosotros mismos las palabras que decimos porque esas sí que se producen en nuestra cabeza y salen con más o menos fuerza por la garganta mientras hacemos bien o daño; eso sí que es la chispa que precede a la destrucción.
Y finalmente, como no podía ser de otra manera; a seguir siendo el potrillo alado y risueño al que por no vas a cortar las alas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario