miércoles, 7 de mayo de 2014

HUGO CAAMAÑO, CAP. 4: Los colores de una sombra pueden ser maravillosos

Las flores comenzaban a brotar; eso alegraba a la encantadora Paula. Llevaban casados dos años y cinco meses, desde el 23 de octubre de 1990. Fue un día bonito, sin incidentes ni lluvia, en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, Valladolid. Estaban de viaje en Santander, disfrutando de la recién llegada primavera. La brisa era suave y elevaba el lacio y brillante pelo de Paula. La había conocido en un congreso de patologías mes y medio después de haber regresado a su ciudad natal y, a pesar de no haber sido un flechazo, ella le rescató del caos en que Hugo había convertido su vida.

Ahora se veía junto a ella, con una amplia casa, con menos manías, más feliz y con futuros planes de hijos. Era una buena vida. Tenían tiempo para viajar y descubrir lugares juntos. Sin embargo, en el interior de Hugo, en su esencia más pura, todavía quedaba algo de color rojo.

Decidieron parar en Santillana del Mar a tomar un café. Era media tarde y empezaba a refrescar. Se sentaron en una terraza sobre suelo empedrado y esperaron a que el camarero les tomara nota. Una vez este se encontró frente a ellos y Hugo abría la boca para coger aire y que de ella salieran las palabras “un cortado”, se quedó perplejo mirando hacia una dirección, y estas cuatro sílabas se ahogaron en lo más profundo de su garganta. Hubo un día en el que juró que jamás había conocido a alguien con tanta magia, capaz de brillar incluso rodeada de gente.
-“Cariño, ¿qué pasa?” murmuró Paula, algo avergonzada. No obtuvo respuesta. Hugo se levantó, tirando hacia atrás la silla torpemente y desapareció entre las callejuelas. –“Póngale un cappuccino, él no es de cortados.”

Es un tópico: los hombres casi nunca olvidan, las mujeres un día dicen se acabó y se acabó; lo peligroso de aquello fue que Lucía era la que había puesto tres puntos suspensivos a la historia…Hugo fue quien borró dos.

La observó: llevaba gafas de sol que escondían sus verdes ojos. Esos cinco años le habían sentado bien, estaba más mayor, más madura. Ya no presentaba la fragilidad de una niña, sino que era la leona que siempre llevó dentro, la leona que amaba la libertad por encima de todo y a la que siempre le fue fiel en cada paso, cada aliento, cada calada y cada sueño.

Parecía distraída buscando un libro en una pequeña y antigua librería. ¿Qué hacía allí? ¿Había sido casualidad? ¿Le habría buscado? El doctor estaba hecho un lío y se fue acercando cada vez más a ella. El mundo pareció pararse cuando Lucía leyó en voz alta la introducción del raído libro que sujetaba en las manos: -“Ojalá llueva hoy y el agua fría se lleve el sabor amargo de esta pesadumbre causada por el vacío de tus besos”. Qué adecuado, ¿no crees Hugo?

Puñaladas en el corazón cuando escuchó su nombre de la boca de Lucía.                                       –Para sanar una herida debes dejar de tocarla, te lo dice un médico. ¿Qué haces aquí? -Tranquilo, no te espío. Ni siquiera sabía que estabas con alguien, os he visto cuando he pasado por las cafeterías y he intentado que no me reconocieras poniéndome las gafas. He venido porque necesitaba hacer un viaje, las cosas no han sido fáciles y ya sabes cómo es el pueblo. También sabes que mi vida se basa en ir sobre la marcha.- El viento jugaba con su pelo y Hugo moría de envidia.  –En tu vida puedes hacer de todo un problema o de todo una solución; la elección depende de ti Lucía.

-Venga Hugo, ¿qué estás diciendo? Te fuiste, me dejaste sola en Fornelos. Todos creyeron que me había vuelto loca porque estuve sin salir de casa durante meses. Me apagué Hugo, me morí. Ahora soy de nieve.  - Hugo pensó que sí, que era de fría y hermosa nieve, de esa que corta la respiración, quema al tacto y puede matar en pocas horas. Claro que era de nieve, aunque se creía más fría de lo que en realidad era, pues el doctor siempre tenía presente algo que ella ignoraba: el hielo también quema. Lucía prosiguió, con la furia de una pantera enardecida: -Fui tan fuerte que incluso te amé con el corazón roto. No poder olvidarte, ni a ti ni a todos los momentos que pasamos juntos… ¿sabes lo humillada que me sentí cuando te largaste sin dar explicaciones? ¿Qué se supone que le tenía que decir a la gente cuando me preguntaban? Todos me miraban con pena Hugo, todos. Y ahora el destino me vuelve a poner a prueba…al verte sentado ahí, increíblemente feliz se me ha abierto la herida. Y no es cuestión de tocarla Hugo, las heridas que no cicatrizan no se curan.

-¿Crees que para mí fue fácil? ¿Crees que no me hundí? Me marché porque necesitaba encontrarme. Fornelos no era mi lugar y arrastrarte conmigo me parecía egoísta. Rompí mil relojes porque el tiempo te alejaba de mí. Pensé que lo peor era echarme de menos a mí mismo; pero lo realmente terrible vino al echar de menos a la persona que me había hecho sentir amor y hasta su caminar, su despertar, su forma de mirar, su mal humor, su estar mejor.
-Me costó Hugo. No he vuelto a conocer a ningún hombre. Tampoco tengo interés en hacerlo. Pero ya he aprendido que lo importante no es “tiempo al tiempo”, sino disfrutar en lo que eso ocurre.

-“O pudrirte por dentro o bailar al ritmo de la vida”, una valiosa lección que me diste. –Ambos sonrieron sarcásticamente. Lucía, que ya hacía rato que se había quitado las gafas, lo miró con deseo. Luchaba interiormente para no recordarle, pero el amor es más fuerte. –Sonríe Lucía, es la segunda mejor cosa que puedes hacer con la boca.

Se quedaron perplejos. No era posible que Hugo le hubiera dicho eso. Lo cierto es que le había salido del alma, como la oruga que piensa que el mundo se acaba y sale volando convertida en mariposa. Lucía cerró el libro, lo dejó apresuradamente en el sitio de donde lo había cogido y se fundió en un beso con él. Fue dulce; del tipo de dulzura que hace que algo difícil acabe saliendo bien. No deberían haberlo hecho, ya no era su momento; este pasó cuando, a pesar de que tenían el pincel y los colores, no fueron capaces de pintar un paraíso duradero en el que sumergirse. Pero, ¿cómo no amarla? Si tenía el alma más cálida del mundo y lo elegía a él para guardarle ahí.

En medio de ese pensamiento, fue ella quien alejó los labios primero. Cerró los ojos fuerte, arrepintiéndose. Lo miró durante unos segundos, se mordió el labio y se rio; siempre había creído que la risa era la música del alma. Ocultó en la medida de lo posible su dolor, pero tenía que marcharse y no seguir allí plantada, tampoco pretendía cambiarle la vida de nuevo. Se colocó las gafas de sol, le dio un beso en la mejilla y se despidió con una lágrima que se le escurría por la cara y diciéndole que los colores de una sombra pueden ser maravillosos. Él no la entendió, pero se refería a que procurase disfrutar de las pequeñas cosas que se le presenten, que la belleza no está solo en las cosas hermosas, que el amor existe de muchas maneras aunque no se engendre en una única persona, que creyese en su fuerza interior y que intentara ser susceptible de vivir una aventura cada uno del resto de sus días.

Volvió a la mesa donde le esperaba su esposa, pálido y tembloroso. El cappuccino estaba frío, pero se lo tomó de todas formas. Paula le pasó la mano por la barba y le preguntó si estaba bien. Hugo se sinceró, le contó lo sucedido desde que viajó a A Coruña y conoció a Lucía hasta minutos antes de regresar a su lado; no podía callárselo. Asombrosamente, Paula lo entendió y no se alteró. Ella lo amaba y no podía castigarlo por algo así, en esta vida hay que cerrar capítulos y si ese capítulo tenía que cerrarse en aquella tarde, ella no lo iba a impedir. –Ya no la quiero, es cierto…pero cuando la quise, mi voz buscaba el viento para tocar sus oídos.


La pareja siguió hablando del tema en la terraza hasta que se hizo de noche y decidieron regresar al hotel. Aquella noche llovió y, efectivamente, el agua fría se llevó el sabor amargo de esa pesadumbre que le había causado el vacío de sus besos.

1 comentario:

  1. Tras leer los 4 capitulos, me parece una historia increible, con frases muy sinceras y muy aplicables a la vida. Genial te aplaudo

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