Las flores comenzaban a
brotar; eso alegraba a la encantadora Paula. Llevaban casados dos años y cinco
meses, desde el 23 de octubre de 1990. Fue un día bonito, sin incidentes ni
lluvia, en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, Valladolid. Estaban de
viaje en Santander, disfrutando de la recién llegada primavera. La brisa era
suave y elevaba el lacio y brillante pelo de Paula. La había conocido en un
congreso de patologías mes y medio después de haber regresado a su ciudad natal
y, a pesar de no haber sido un flechazo, ella le rescató del caos en que Hugo
había convertido su vida.
Ahora se veía junto a
ella, con una amplia casa, con menos manías, más feliz y con futuros planes de
hijos. Era una buena vida. Tenían tiempo para viajar y descubrir lugares
juntos. Sin embargo, en el interior de Hugo, en su esencia más pura, todavía quedaba
algo de color rojo.
Decidieron parar en
Santillana del Mar a tomar un café. Era media tarde y empezaba a refrescar. Se
sentaron en una terraza sobre suelo empedrado y esperaron a que el camarero les
tomara nota. Una vez este se encontró frente a ellos y Hugo abría la boca para
coger aire y que de ella salieran las palabras “un cortado”, se quedó perplejo
mirando hacia una dirección, y estas cuatro sílabas se ahogaron en lo más
profundo de su garganta. Hubo un día en el que juró que jamás había conocido a
alguien con tanta magia, capaz de brillar incluso rodeada de gente.
-“Cariño, ¿qué pasa?”
murmuró Paula, algo avergonzada. No obtuvo respuesta. Hugo se levantó, tirando
hacia atrás la silla torpemente y desapareció entre las callejuelas. –“Póngale
un cappuccino, él no es de cortados.”
Es un tópico: los hombres
casi nunca olvidan, las mujeres un día dicen se acabó y se acabó; lo peligroso
de aquello fue que Lucía era la que había puesto tres puntos suspensivos a la
historia…Hugo fue quien borró dos.
La observó: llevaba gafas
de sol que escondían sus verdes ojos. Esos cinco años le habían sentado bien,
estaba más mayor, más madura. Ya no presentaba la fragilidad de una niña, sino
que era la leona que siempre llevó dentro, la leona que amaba la libertad por
encima de todo y a la que siempre le fue fiel en cada paso, cada aliento, cada
calada y cada sueño.
Parecía distraída buscando
un libro en una pequeña y antigua librería. ¿Qué hacía allí? ¿Había sido
casualidad? ¿Le habría buscado? El doctor estaba hecho un lío y se fue
acercando cada vez más a ella. El mundo pareció pararse cuando Lucía leyó en
voz alta la introducción del raído libro que sujetaba en las manos: -“Ojalá
llueva hoy y el agua fría se lleve el sabor amargo de esta pesadumbre causada
por el vacío de tus besos”. Qué adecuado, ¿no crees Hugo?
Puñaladas en el corazón
cuando escuchó su nombre de la boca de Lucía. –Para
sanar una herida debes dejar de tocarla, te lo dice un médico. ¿Qué haces
aquí? -Tranquilo, no te espío. Ni siquiera sabía que estabas con alguien, os
he visto cuando he pasado por las cafeterías y he intentado que no me
reconocieras poniéndome las gafas. He venido porque necesitaba hacer un viaje,
las cosas no han sido fáciles y ya sabes cómo es el pueblo. También sabes que
mi vida se basa en ir sobre la marcha.- El viento jugaba con su pelo y Hugo
moría de envidia. –En tu vida puedes
hacer de todo un problema o de todo una solución; la elección depende de ti
Lucía.
-Venga Hugo, ¿qué estás
diciendo? Te fuiste, me dejaste sola en Fornelos. Todos creyeron que me había
vuelto loca porque estuve sin salir de casa durante meses. Me apagué Hugo, me
morí. Ahora soy de nieve. - Hugo pensó
que sí, que era de fría y hermosa nieve, de esa que corta la respiración, quema
al tacto y puede matar en pocas horas. Claro que era de nieve, aunque se creía
más fría de lo que en realidad era, pues el doctor siempre tenía presente algo
que ella ignoraba: el hielo también quema. Lucía prosiguió, con la furia de una
pantera enardecida: -Fui tan fuerte que incluso te amé con el corazón roto. No
poder olvidarte, ni a ti ni a todos los momentos que pasamos juntos… ¿sabes lo
humillada que me sentí cuando te largaste sin dar explicaciones? ¿Qué se supone
que le tenía que decir a la gente cuando me preguntaban? Todos me miraban con
pena Hugo, todos. Y ahora el destino me vuelve a poner a prueba…al verte
sentado ahí, increíblemente feliz se me ha abierto la herida. Y no es cuestión
de tocarla Hugo, las heridas que no cicatrizan no se curan.
-¿Crees que para mí fue
fácil? ¿Crees que no me hundí? Me marché porque necesitaba encontrarme.
Fornelos no era mi lugar y arrastrarte conmigo me parecía egoísta. Rompí mil
relojes porque el tiempo te alejaba de mí. Pensé que lo peor era echarme de
menos a mí mismo; pero lo realmente terrible vino al echar de menos a la persona
que me había hecho sentir amor y hasta su caminar, su despertar, su forma de
mirar, su mal humor, su estar mejor.
-Me costó Hugo. No he
vuelto a conocer a ningún hombre. Tampoco tengo interés en hacerlo. Pero ya he
aprendido que lo importante no es “tiempo al tiempo”, sino disfrutar en lo que
eso ocurre.
-“O pudrirte por dentro o
bailar al ritmo de la vida”, una valiosa lección que me diste. –Ambos sonrieron
sarcásticamente. Lucía, que ya hacía rato que se había quitado las gafas, lo
miró con deseo. Luchaba interiormente para no recordarle, pero el amor es más
fuerte. –Sonríe Lucía, es la segunda mejor cosa que puedes hacer con la boca.
Se quedaron perplejos. No
era posible que Hugo le hubiera dicho eso. Lo cierto es que le había salido del
alma, como la oruga que piensa que el mundo se acaba y sale volando convertida
en mariposa. Lucía cerró el libro, lo dejó apresuradamente en el sitio de donde
lo había cogido y se fundió en un beso con él. Fue dulce; del tipo de dulzura
que hace que algo difícil acabe saliendo bien. No deberían haberlo hecho, ya no
era su momento; este pasó cuando, a pesar de que tenían el pincel y los colores,
no fueron capaces de pintar un paraíso duradero en el que sumergirse. Pero,
¿cómo no amarla? Si tenía el alma más cálida del mundo y lo elegía a él para
guardarle ahí.
En medio de ese
pensamiento, fue ella quien alejó los labios primero. Cerró los ojos fuerte,
arrepintiéndose. Lo miró durante unos segundos, se mordió el labio y se rio;
siempre había creído que la risa era la música del alma. Ocultó en la medida de
lo posible su dolor, pero tenía que marcharse y no seguir allí plantada,
tampoco pretendía cambiarle la vida de nuevo. Se colocó las gafas de sol, le
dio un beso en la mejilla y se despidió con una lágrima que se le escurría por
la cara y diciéndole que los colores de una sombra pueden ser maravillosos. Él
no la entendió, pero se refería a que procurase disfrutar de las pequeñas cosas
que se le presenten, que la belleza no está solo en las cosas hermosas, que el
amor existe de muchas maneras aunque no se engendre en una única persona, que
creyese en su fuerza interior y que intentara ser susceptible de vivir una
aventura cada uno del resto de sus días.
Volvió a la mesa donde le
esperaba su esposa, pálido y tembloroso. El cappuccino estaba frío, pero se lo
tomó de todas formas. Paula le pasó la mano por la barba y le preguntó si
estaba bien. Hugo se sinceró, le contó lo sucedido desde que viajó a A Coruña y
conoció a Lucía hasta minutos antes de regresar a su lado; no podía callárselo.
Asombrosamente, Paula lo entendió y no se alteró. Ella lo amaba y no podía
castigarlo por algo así, en esta vida hay que cerrar capítulos y si ese
capítulo tenía que cerrarse en aquella tarde, ella no lo iba a impedir. –Ya no
la quiero, es cierto…pero cuando la quise, mi voz buscaba el viento para tocar
sus oídos.
La pareja siguió hablando
del tema en la terraza hasta que se hizo de noche y decidieron regresar al
hotel. Aquella noche llovió y, efectivamente, el agua fría se llevó el sabor
amargo de esa pesadumbre que le había causado el vacío de sus besos.
Tras leer los 4 capitulos, me parece una historia increible, con frases muy sinceras y muy aplicables a la vida. Genial te aplaudo
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